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272 TEÓFILO E. DE GUSENDOS vocabulario abundante y castizo, la soltura, espontaneidad y viveza· de la frase, la elocución fluida y elegante, que justifican las palabras antes citadas de Menéndez Pelayo. El ente dilucidado subsiste, juzgado con cariño y admiración. En resumen, esta obra singular muestra en el P. Fuentelapeña un pensador bifronte. Si asienta los pies en la escolástica y tradición antigua en general, su mente escruta y acepta el presente histórico en que vive, y no duda suscribir que, en el campo de lo opinable, « las opiniones de los modernos, regularmente hablando, suelen tener más de verisimilitud y autoridad que las de los antiguos, porque se fundan en lo que éstos y aquéllos han discurrido, y salen a luz con previsión de los fundamentos de todos: alias, nada hubiera verdadero sino es lo que, de puro viejo, estuviese ya ferrugiento y casi podrido» (§ 97). Su actitud fue, por tanto, la de un progresista sin ruptura. Basten para confirmarlo dos notas típicas, una de la física y otra de la biología. Si la atracción y con ella la gravedad, en algún pasaje se minusvalora o se sacrifica al apetito natural de todo ente físico (§§ 1518-1521), en otros se exalta (§§ 1750, 1758), como a la fuerza geocentrípeta determinante en el cosmos sublunar. Al problema de la generación espontánea se dedican muchos números en pro, pero tampoco escasean los que apoyan el principio del omne vivum ex vivo (§§ 1679, 1682-1705). La misma característica bifronte se observa comparando los autores por él citados. Recordamos, de entre los modernos, los nombres de R. Descartes (§ 652), M. Mersenne (§ 1748, 1767), « el ingeniosísimo» Otto von Gerike, A. Kircher, etc., junto a una legión de antiguos. Incluso se prolonga esa actitud dual en la esfera de la técnica, dando por teórica– mente posibles invenciones en definitiva impracticables, o desaconsejables por lo peligrosas. No todo lo racional es realizable; y así su lema favorito pudiera ser el de « ¡No practicar esta especulación! » (§§ 1767, 1817s). En ese número se cuentan expresamente las del aeroplano y del submarino (§ 1767) y, probablemente, la del paracaídas (§ 1816), la del niño-probeta (§§ 426-429, 452s, 1693) y la del cambio de sexo (§§ 59s, 461, 471), pero no la de la incubadora (§§ 1680-1682) ni la aun más rudimentaria del telé– fono (§ 1797). Otro aspecto notable en el autor de El ente dilucidado es su entusiasmo ante « la grandeza de la naturaleza, su majestad, su poder y fuerza»: trasuntos de los de su Creador omnipotente (§ 100). Y es la referencia constante de la una al Otro en este escrito del P. Fuentelapeña lo que permite insertarlo en la corriente de la «física-teología», muy en boga en la Europa de su tiempo y más aún en el inmediatamente sucesivo. 2. Retrato divino Origen, finalidad y método En esta segunda obra el P. Fuentelapeña traspasó su ingenio intelectual y su misma vivencia espiritual al sector de la mística. El libro debía ya

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