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ANTONIO DE FUENTELAPEÑA, UN CURIOSO ESCRITOR 271 Sobre casos y anécdotas particulares insiste: « siendo verdad el su– ceso»; « si los ejemplos son ciertos»; « si sucediere o hubiese sucedido alguna vez»; « dado que sea verdad y no cuento»; « quizá sea patraña del vulgo o engaño de los que lo han visto»; « mucho de esto lo tengo por inverisímil »; « dicho caso es fabuloso y conseja de viejas». El ternero y buey, que Avicena y Nieremberg escriben se vio llover de las nubes, « no fue engendro de las nubes ni de los astros en ellas, sino hurto de un recio viento» (§ 265). « Admitido que haya habido ave Fénix, tengo por fábula lo que se dice de su generación » {§ 267). La lectura superficial y precipitada de la obra ha imputado al P. Fuentelapeña juicios y opiniones absolutamente contrarias a su verda– dero y auténtico sentir. Por ejemplo: « En su libro hay oro macho y hembra, diamantes varones y femeninos y todos engendran sin dificultad ». Pero el P. Antonio había escrito: « Respondo negando que los diamantes engendren, ni que los metales sembrados germinen» (§ 1642). « Se niega que los diamantes, vital o no vitalmente, engendren, y también niego la vitalidad que supone en ellos y en los metales» (§ 1644). « El decir que las piedras sean machos y hembras es locución metafórica» (§ 1643). También se ha escrito que concede raZJón, discurso y agudeza a los ani– males, y « es portentosa la multitud de casos que trae en prueba de su racionalidad, moral, justicia y demás virtudes ». Pero lo que Fuentelapeña dice es que hay acciones en los brutos que .« huelen a discurso », virtud, política etc., sin ser remotamente tales, y alega no pocos ejemplos (§§ 740- 838, 958-1023). « No obstante los fundamentos vistos - afirma -, nuestra conclusión es que los brutos de ninguna manera pueden tener juicio o discurso, aún con el aditamento de imperfecto, material o incoado» (§§ 1023-1045). Para valorar justa y acertadamente el mérito e importancia de El ente dilucidado se precisa hacer abstracción de nuestras ideas y cono– cimientos científicos o físico-naturales y retroceder a la segunda mitad del siglo XVII. Se nos habla, entonces, de materia prima y forma substan– cial, de los cuatro elementos, de los mixtos, de los cuatro humores. Sus átomos no son nuestros átomos, y entonces se desconocía la estructura anavómica y fisioLógica de los seres vivos, los ácidos nucleicos, etc. Incluso los vocablos « física», « filosofía », « ciencia » no expresan los conceptos claros y terminantes usados entre nosotros. La base del razonamiento son postulados o principios filosófico-escolásticos, preferentemente co– rroborados por hechos o experiencias físico-naturales comúnmente admi– tidos en el mundo científico-literario. Con estos materiales, utilizados con agilidad por la extraordinaria cultura y singular erudición del P. Fuentelapeña, se compuso y saHó a luz El ente dilucidado, demostración efectiva del conocimiento de autores, bibliografía e ideas de sus antece– sores y contemporáneos en el campo de la ciencia y, simultáneamente, de los propios saberes y experiencias filosóficas, físico-naturales, mecáni– cas, biológicas, etc., que toca o analiza meticulosamente, infiriendo conse– cuencias, verdades y hallazgos no pocas veces audaces, novedosos y precoces. Aunque la técnica silogística y el empleo de vocablos latinos, triviales en las aulas, resten grandiosidad a la narración, no faltan el
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