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270 TEÓFILO E. DE GUSENDOS Todavía en nuestros días nos encontramos con pesadas críticas e intolerables infundios. En 1949 Luis Bardón iLópez, en un catálogo de su librería para bibliófilos, anunciaba un ejemplar de El ente dilucidado con este reclamo: « Sori muy raros los ejemplares, ya que los PP. de la Orden de su autor fueron destruyendo los ejemplares que llegaban a sus manos, tanto por sus disparates como por su lengua demasiado libre». Y en 1951 el conocido librero Antonio Palau y Dulcet aumenta la dosis. Después de tildar de « estravagante » [sic] el libro y de transcribir el ya conocido. juicio de Salvá, añade: « Al darse cuenta los padres de la Orden del autor, de los enormes disparates que contenía el libro en cuestión, inutilizaron los ejemplares que caían en sus manos, o arrancaban los frontispicios grabados, en donde consta el nombre del autor» 26 • Cerramos esta serie de dictámenes con el juicio positivo y más reciente de José María López Piñero: « En España la obra más intere– sante de este género fue El ente dilucidado... que incluye, entre otras muchas cosas, uno de los primeros textos impresos en Europa sobre la navegación aérea. En el libro de Fuentelapeña... aparecen elementos aislados de las corrientes modernas. Lo más patente es, sin embargo, el gusto por lo extraordinario y novedoso, propio de la literatura sobre curiosidades científicas de la época» -n. Se ha tildado al P. Fuentelapeña de « excesivamente candoroso y crédulo » en la profusión de casos o sucedidos maravillosos, extravagan– tes, más o menos absurdos o enteramente falsos, admitidos comúnmente por la literatura en boga, y hoy para nosotros de escaso o ningún crédito. Sin embargo, la abundancia de locuciones y frases, que acotan las citas y pasajes correlativos, evidencian su criterio y manera de proceder. Por ejemplo: « Aunque es verdad que en mi dictamen no debe creerse todo, tampoco debe todo extrañarse...; agravian la naturaleza notablemente los que haciendo a su grandeza argumento de falsedad, todo lo peregrino y raro lo califican eo ipso por mentiroso, sin saber discernir entre lo admirable y lo falso, ni querer dar distinción de lo digno de admiración a lo increíble» (§ 114). « Tampoco se debe negarlo todo, cuando no se descubre alguna repugnancia» {§ 1404). El negar absolutamente la exis– tencia de un fenómeno o de un sucedido, « más es ceder a la dificultad que desatarla» (§ 1495). « No hay ra:llón alguna para fundar dicha incre– dulidad, sino solo el no haberlo visto, y no querer creer más que lo que se ve, sin averiguar la posibilidad o repugnancia que tenga en la potestad efectiva de la naturaleza» (§ 33). 26 A. Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano V, Barcelona 2 1951, 517. Tal vez tanto Bardón como Palau se hayan fundado, para lanzar este absurdo infundio, en el hecho de que en el ejemplar de El ente dilucidado de la Biblioteca Nacional de Madrid, signatura R/21932, falta la portada original, sustituida por otra manuscrita con el texto dado por Dionisio de Génova en su Bibliotheca scriptorum, segunda edición, Génova 1691, 35a. Tenemos noticia de no pocos ejemplares del libro, y a ninguno le falta la portada. Por lo demás, sería estúpido y pueril arrancar las portadas cuando en las hojas preliminares del libro resulta reiteradamente el nombre del autor. 21 Obra citada en la nota 14, 399s.

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