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ANTONIO DE FUENTELAPEÑA, UN CURIOSO ESCRITOR 265 cuerpo, extens1ón de alas y violencia de impulso» (§ 1786). No repugna al hombre volar por ninguno de estos tres requisitos (§§ 1787-1807): le bastará construirse el instrumento adecuado, « pues si un hombre metido en un barco... vuela por el agua, ¿por qué, pues, no podrá hacer lo mismo metido en otro instrumento y volar por el aire?». Su figura o disposición se ha de sacar de la que tiene el cuerpo o corpanchón de un ave (§ 1808). Fabríquese una barquilla en forma del corpanchón de un águila, unas alas de materia ligerísima, añádase luego la cola proporcionada, escójase el ingenio para el movimiento y fíjese en medio de la barquilla (§§ 1810- 1812). Éntrese el hombre en dicho instrumento y átese bien con él, y, sentado en el punto medio sobre el centro de la gravedad, con la una mano gobierna el timón de la cola, con la otra mano y con los pies (y aún con la gravedad del cuerpo) mueva las ruedas del ingenio, ya con más apresuración o ya más despacio, « con que obrándolo con la puntua– lidad y perfección debida, no parece queda duda de que consiguiera el volar» (§ 1813). Indica los peligros que pueden ocurrir (§§ 1816-1817), por lo cual aconseja a los lectores « tengan piedad consigo, y que ~ontentándose con sólo lo especulativo de la duda, dejen para los que mal se quieren la práctica de ella» (§ .1818). Personalmente, el P. Fuentelapeña está contra la posibilidad práctica de poder volar, al menos en su tiempo: no encuentra ingenio artificial que, con su impulso, pueda vencer el despro– porcionadísimo peso del hombre, de las alas y del mismo ingenio motor (§§ 1819-1830). Deberán pasar aún muchos años antes de que aparezca el motor de explosión y las fuentes de energía que harán volar las grandes aeronaves y elevarse los satélites artificiales al espacio interplanetario. Estos inventos del siglo XX han invalidado el argumento escéptico del P. Fuentelapeña, fundado en la carencia de un ingenio motor que posi– bilitara el vuelo humano. Llegado a esta cota, excepcional en su conjunto, con solas « las alas del discurso », el buen capuchino zamorano puso fin a su largo discurrir, sometiéndolo « con total resignadón a la censura y corrección de los doctos» (§ 1836): estos tardarían siglos en hacer realidad muchas de sus geniales intuiciones o, como él se expresa, en practicar sus especulaciones. Tal es el asunto y contenido de El ente dilucidado. No es un tratado de monstruos y fantasmas, y de ningún modo de seres sobrenaturales, sino una colección o florilegio de cuestiones, sucesos, fenómenos y « no– ticias curiosas que manifiesten, con variedad apacible, el primor de la naturaleza » y den a los ingenios motivos nuevos de admirar el inescrutable poder del Creador (P11ólogo). Las fuentes empleadas en la composidón de esta obra son copiosas en número y variedad, conforme a las múltiples materias que se tocan y discuten. La lista 0 de autores alegados excede de 200, y es rara la omisión de alguna personalidad ilustre o calificada en el largo y lento desarrollo de las materias tratadas. En ocasiones la cita es una simple enumeradón de autores. No obstante, con mayor frecuencia, y más nu-

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