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336 MELCHOR DE POBLADURA las autoridades centrales de la Orden residentes en Roma eran intran– sigentes: toda forma de vida religiosa capuchina comunitaria orga– nizada más allá de los Pirineos caía ipso facto bajo su jurisdicción, y, por tanto, los exclaustrados que la intentaran, carecían de la nece– saria autonomía para un futuro inmediato y cualquier brote de reorganización bajo este punto de vista era cortado de raíz. 5 A pesar del ambiente político y religioso a que hemos aludido y que en nada favorecía y mucho menos estimulaba un cambio hacia el restablecimiento de las comunidades suprimidas, el padre Alcaraz, fiel a su vocación y a su ideal, lo vivía con lealtad y sinceridad y por todos los medios a su alcance hubiera trabajado para verlo de nuevo implantado con su antiguo esplendor. No dudó nunca de su validez y de su eficacia aun en aquellos tiempos tan borrascosos y tan poco evangélicos, saturados de racionalismo, materialismo y seculariza– ción, y enmascarados con el señuelo del progreso y de la libertad. Con todo no pensaba aún replantear el problema de la restaura– ción. Era prematuro. Creía que no había llegado el momento opor– tuno para dar los primeros pasos ni en España ni en el extranjero. Quien deseara permanecer fiel a la vida consagrada al servicio de la Iglesia podía enrolarse en las filas de los equipos de misioneros de Ultramar o esperar que, con el tiempo, desaparecieran los obs– táculos puestos por las autoridades civil y religiosa y en un ambiente más favorable lanzarse luego con ciertas garantías de éxito a la enton– ces temeraria empresa de la restauración de las comunidades su– primidas. II. UN CAMINO DIFÍCIL Y PELIGROSO Si el padre Alcaraz hubiera creído que con el fin de las regencias había llegado el momento de dar una solución inmediata y satisfac– toria respecto a las suprimidas Ordenes religiosas, seguramente hu– bieran sido otras las orientaciones e instrucciones dadas al grupo de capuchinos navarros que se estaban organizando cerca de la frontera hispanofrancesa, en el pueblo de Ustáriz de la diócesis de Pamplona, para continuar desde allí sus ministerios sacerdotales y tal vez esperando recuperar los conventos abandonados en la Penín– sula y construir otros de nueva planta. 5. Véase el clamoroso episodio de las fundaciones promovidas por el padre Eugenio de Potries, del que nos ocuparemos más abajo, p...., nota 10.

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