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360 MELCHOR DE POBLADURA tonces en la diócesis conquense, continúa en los siguientes términos: «En tantos años no se havía podido conseguir el establecer una casa de misión y exercicios en cada obispado. La divina providencia hizo que yo lo consiguiese, estando en Madrid en diciembre del año anterior. Formé los Estatutos para ella y vistos en el Consejo de Ministros, se pasó circular e instancia mía a todos los obispos para que pudiesen establecerla vajo aquella dirección y leyes. Yo la establecí en el que fue convento de los Padres de San Pedro de Alcántara, de que me hizo donación el propietario de él; y ya preparo los exercicios a todo el clero, cosa aquí desconocida; y las misiones a los pueblos. En esta casa, en mi Palacio y en el Seminarío tengo reunidos un número crecido de religiosos, los más de ellos capuchinos, que aun– que no visten exteriormente su respectivo habito, son en substancia perfectos observadores de las leyes eclesiásticas y se ocupan sin cesar de la predicación evangélica y en promover la frecuencia de sacra– mentos, la piedad y la reforma de costumbres, de tal modo que el obispado se va poniendo en un estado el más bril1ante; y sin la coope– ración de estos dignos operarios nada podría yo hacer, porque el clero secular, sobre ser escaso, lo encontré en parte desmoralizado y disipado a causa de las guerras continuas de política y en número ignorantes e inútiles. Pero como todo eso no puede menos de alarmar al infierno, cuyo príncipe tenía aquí establecido su cruel imperio, se ha procurado un agente diabólico, cuyos planes, si no se interceptan con mano fuerte, tendrán resultados fatales y el último será el sacrificio de los pocos religiosos que ya restan en España. Y sobre esto debo informar al Santo Padre y a Vuestra Eminencia Reverendísima para que en nin– gún tiempo pueda imputárseme a culpa el haver callado. Tenga Vues– tra Eminencia la bondad de oír lo que es justo que sepa. Desde que se puso en España la alternativa de generales y vica– rios generales, los institutos religiosos sobre decaer en la observancia regular, vinieron a tal desorden que se provocó a la justicia divina para que descargase sobre ellos el golpe fatal que los arruinó. La causa principal de este mal fue que las personas que se eligieron para generales y vicarios generales eran no las que el Espíritu Santo huvie– ra escogido por elección canónica o libre elección del Sumo Pontífice, sino las relacionadas con la Corte, que con empeños ele Grandes, Príncipes y semejantes conseguían el ser propuestos para ser nom– brados, y alguna vez valiéndose del influjo de los Reverendos Nuncios
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