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UNA MALOGRADA INICIATIVA DE RESTAURAR LA ORDEN EN ESPJ\ÑA 355 El 17 de setiembre de 1842, alabando y todo la iniciativa funda– cional de Ustáriz, había escrito al padre Juan de Vera: «El buen éxito de toda empresa depende del acierto en los principios; si éstos no son con la solidez debida, luego van a tierra o quedan en embrión antes de formalizarse. Los planes, los sentimientos, los deseos, el fer– vor con que vuestras caridades principian lo de esa fundación, son edificantes, santos y laudables, razón por que yo bendigo al Señor por ver que en medio de los trastornos que nos afligen, aun conserva espíritus rectos, apostólicos y santos. Mas para llevarlas a efecto, preciso es meditar sobre los tiempos y circunstancias, y prevenir los inconvenientes que presentan la pasión de los hombres, los interese;, personales, la rivalidad de extranjeros y demás.» 33 Al lanzarse ahora personalmente a la aventura de una nueva fun– dación, que indudablemente tendría repercusiones en la vida nacional y eclesial, no echó en olvido la estrategia que antes había recomen– dado. Reflexionó sobre la solidez de los principios, consideró asimismo «los tiempos y las circunstancias» y sopesó «los intereses personales» y «la pasión de los hombres». Y si la obra proyectada, como veremos, «quedó en embrión», no fue por culpa suya, ni por la omisión de la búsqueda de los medios más adecuados para desarrollarla. Mas le faltaron «los espíritus rectos, apostólicos y santos» y fracasó. Fue una de tantas desilusiones que marcaron su pontificado conquense y pusieron trabas a su ardiente deseo de renovar en los conventos españoles el ideal que él había aprendido de sus antepasados y había defendido con su conducta en España y en el extranjero. Desde su primer contacto inmediato con las necesidades espiri– tuales de su diócesis se percató de la positiva e insustituible colabo– ración de los exclaustrados de las diferentes órdenes religiosas en los servicios parroquiales y en las demás obras de apostolado. Y creyó que había llegado el momento de organizarlos e inserirlos debida– mente con todos los derechos y deberes en la pastoral diocesana al igual que los sacerdotes seculares. Por lo que se refiere a los capu– chinos, además de servirse concretamente de algunos llamados a su servicio en la curia y sin excluir su preparación en vistas de una deseada restauración de una comunidad casi conventual,3 4 solicitó la 33. Carta del padre Fermín de Alcaraz al padre Juan de Vera, Roma, 17 de setiembre de 1842, conservada en ANGEL DE PAMPLONA, Memorias, Pamplona, Arch. pro. Navarra. 34. Consta que residieron en el palacio episcopal, aunque sin formar una verdadera comu• nidad y sin que podamos establecer las fechas de la permanencia en el mismo, los padres Gu• mersindo de Almonacid, Ambrosio de Alcira, José de Llcrena, Miguel de Alcaraz, y otros dos religiosos llamados Bernardo y Estanislao. Estos dos últimos aparecen en la correspondencia con el padre José de Los Arcos. 14

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