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340 MELCHOR DE POBLAOURA Comisario apostólico en carta dirigida al padre Juan de Vera se complacía por las buenas noticias recibidas acerca de la observancia regular y del apostolado, contraponiéndolas a la conducta de tantos otros religiosos que seguían el camino de la dispersión y de la disolución, mientras que ellos «recopilaban y compendiaban el espí– riiu capuchino y conservaban el germen de él, inundadas como veían todas nuestras provincias de España del espíritu del mal y aun acaso sumergidas para no existir más, a lo menos en nuestros días». Con todo, a pesar del agrado con que miraba aquella comunidad ejemplar y del deseo de que prosperase y dilatase el radio de su acción apostólica y de testimonio de autenticidad capuchina, tenía no sé qué pensamiento de «que ni aun esa pequeña grey quedará un día libre de la universal devastaclón europea». Y les aconseja a no hacer excesivas ilusiones porque el obispo diocesano «los aprecie y les prometa su protección». Las raíces del mal y de la crisis por– que se está atravesando son mucho más profundas y el vendaval de destrucción que se ha desencadenado será mucho más arrollador de lo que ahora experimentan. También en España conocía él a obispos y seglares, de los «cuales no pocos se privarían de lo necesario para tenernos consigo; y ni faltan autoridades que así lo deseen. La difi– cultad proviene de otro principio más fuerte, más oculto, más irre– sistible: es la liga filosófica que entronizada en toda Europa esta– bleció por principio de la regeneración: No más frailes, menos clero y ningunos en sociedad religiosa [ ... J. Es tando en situación de adqui– rir conocimiento (que no es fácil que vuestras caridades puedan tener en ese retiro) para poder juzgar de nuestra ulterior suerte, no dudo en asegurarles que por el presente y sin que la omnipotencia divina haga un milagro de primer orden, no hay esperanzas de que en la Europa nos podamos establecer para vivir y morir según nues– tra profesión; y bien que cambiando momentáneamente algún tanto el sentir actual de los gobernantes, se nos tolerase en algún punto, como sucede en esa, sería sólo un fantasma de corporación religiosa difícil de definir a qué especie perteneceríamos. Lo que sí veo clara– mente es que Dios esto así lo permite, porque nos quiere para esta– blecer y propagar nuestra Orden Seráfica en otros puntos distantes. De diversos puntos se me empeña a querer secundar estos deseos que manifiestan no sólo diocesanos y fieles, sino también los gobier– nos temporales. Unos y otros, cuando la España arruina nuestros conventos, nos cierra la puerta como a gente nociva, y los gober– nantes en sus planes de aparente amnistía prescinden enteramente

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