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-244- can las hermanas sus situaciones per– sonales. Con qué facilidad, con cualquier problema engendran un clima tenso e insoportable. Una hermana de vida acti– va sale a trabajar afuera y se olvida de su problema. La hermana encerrada sigue dando vueltas a su problema, y cuantas más vueltas da, más grande es el problema. El monasterio es física y psíquica– mente cuatro paredes. Todo encierro es limitación y toda limitación causa an– gustia. Y al no haber un tubo de escape humanamente, las obsesiones y neuro– sis pueden estar a la orden del día. Yo he visto qué peligrosa es, por ejemplo, en un monasterio la presencia de una hermana acomplejada: todo lo intriga y enreda. Yo he visto de qué manera tan fácil toda hermana ambiciosa convierte en infierno el monasterio, porque ine– vitablemente engendra grupos; y al frente de cada grupo hay siempre una hermana ególatra que capitanea, domi– na y usufructúa el grupo para su am– bición personal. Qué desastres no pro– ducen, por ejemplo, las hermanas que arrastran vacíos afectivos desde la in– fancia, o las hermanas susceptibles o hipersensibles ... Con esto, sólo una cosa quiero decir: que las condiciones que se han de exi– gir a una candidata para la vida con– templativa deben ser más altas y rigu– rosas que a la candidata para la vida activa. "Es fácil entender que una de– terminada y concreta obligación de vida claustral, con la que alguien quiera obligarse, ·no puede surgir y hallarse en pasajero fervor, sino que debe di– manar de una madurez firme y estable en virtud de la cual uno pueda renun– ciar a ciertos bienes sociales, para es– coger con plena libertad una forma de vida en la cual se dedique solamente a Cristo y a las cosas celestiales a lo largo de su vida. Por este motivo es necesario examinar con un estudio largo y diligente las vocaciones que se presentan a los monasterios de monjas para dicernirlas rectamente, para exa– minar sus móviles, para que oportuna– mente sean separadas las que, tal vez inconscientemente, no lleguen por razo– nes totalmente claras y sobrenaturales, que podrían impedir el pleno desarrollo espiritual y humano" (Venite seorsum, VI). Llama la atención esa insistencia en el sentido de que hay que "examinar los móviles" porque pueden llegar im– pulsadas "inconscientemente" por razo– nes no "totalmente claras y sobrenatu– rales". Para mí aquí está el problema: cómo descubrir esos móviles que no son puros. La religiosa es alguien que ha sido fascinada por Dios. Dios es quien la saca, igual que a los profetas, de su tierra y parentela, y la lleva al de– sierto (monasterio) para "litigar con ella cara a cara... y hacerla pasar bajo el cayado" (Ex 20, 35-37), es decir, para transformarla en Cristo Jesús. Insistamos: es Dios quien hace esta re– volución. La verdadera vocación será aquella que viene puramente en busca de Dios. Ahora bien, además de Dios, ¿ qué otras cosas podría buscar la can– didata en el monasterio? La experiencia enseña que muchas entran en busca de paz, que nunca la sintieron en su hogar. Otras en busca de cariño, porque hay un gran vacío afectivo desde la infancia. Otras entran en busca de seguridad; una seguridad integral contra cualquier riesgo en las necesidades de la vida. Con qué facili– dad se convierte el monasterio en el "seno materno": ausencia de todo pe– ligro y presencia de toda seguridad. Otras muchas pueden venir impulsadas por resortes de evasión, desengaños, miedo a la lucha por la vida. Estos mó– viles están ocultos casi siempre entre los pliegues del inconsciente, y mezcla– dos con otros móviles elevados. He aquí la cuestión: ¿ cómo distinguir lo puro de lo espúreo? Lo que vamos a decir a continuación quiere ser una ayuda para esa tarea. Aspirantado Las hermanas me dijeron muchas veces: "¡ Cuántas veces una candidata le cayó bien a la superiora y la fue apoyando en todas sus pruebas, y hoy es una espina para la fraternidad!". Por eso las hermanas opinaban que la

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