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acaban por penetrar toda la vida de las hermanas. He conocido casos tristes. Hermanas que entraron con gran entusiasmo juve– nil, y hoy día se sienten tibias, tristes, apáticas; y dicen, con un dejo de triste– za, que cuando estaban en el mundo eran más fervorosas que ahora. A va– rias hermanas les escuché hacer el si– guiente análisis de su vida: entraron con ilusión; con el paso del tiempo, im– perceptiblemente, fueron perdiendo en– tusiasmo con Dios. Al principio esa fal– ta de generosidad les parecía infideli– dad y se sentían inquietas en sus con– ciencias. Con el tiempo esa inquietud les dejó de molestar; y así lenta y mo– nótonamente se acostumbraron a con– formarse a la situación de tibieza den– tro de la ley del menor esfuerzo. En este análisis algunas me agregaban que en ciertos tiempos, al no sentirse fieles a Dios pensaron en abandonar el mo– nasterio pero después rutinariamente se hicieron a la idea, se acomodaron y hoy viven envueltas en la tibieza sin que ninguna espina las inquiete. También la rutina tiene mucho que ve:r con la relajación en la observancia regular. Insensiblemente se acostum– bran a fallar a la puntualidad. Nadie las vigila. Nadie las exige. Al principio hay extrañeza en su falta de asistencia a los actos. Con el tiempo se habitúan y acaba por no causar extrañeza a na– die, ni a las que no asisten ni a las que asisten. En estos ambientes muchas ve– ces se suele elegir para abadesa a al– guien que tolere este estado de cosas. Y así, casi sin darse cuenta, los monas– terios pueden llegar a encontrarse en un estado de total relajación; y aunque en ese monasterio haya mucha juventud, sin embargo, da la impresión de ser un grupo caduco y decrépito. Armas para combatir la rutina Las hermanas de México llegaron a tener cabal advertencia de este fenóme– no y sus consecuencias. Y se decidieron a buscar todos los medios posibles para neutralizarlo. Para ello es necesario crear incesan– temente en el monasterio un estado de creatividad, movilidad, variedad e inte- -265- rés. Cualesquier21 medios que engendren esos factores, ya estamos derrotando la rutina y está renaciendo en las herma– nas la ilusión por su vocación y el en– tusiasmo por J e~mcristo. Las abadesas propusieron una serie de líneas de acción: a) el gobierno colegial: en el monas– terio siempre hay problemas pero sólo la abadesa los sabe. Si, dentro de una obediencia responsable, se les hiciera participar a las hermanas comunican– do y consultando sobre las necesidades y problemas de la casa, su vida adqui– riría novedad e interés. En otra opor– tunidad trataremos ampliamente del go– bierno colegial. b) crear inici<itivas culturales como el estudio, el canto, la poesía y otras: las hermanas explicaban que cuando se dan de esta clase de iniciativas renace la ilusión general en las hermanas y hasta su vida de piedad adquiere nuevo aliciente. c) el sentido eclesial: dar a conocer a las hermanas la marcha de la Igle~ sia en sus iniciativas, necesidades y problemas a nivel local, diocesano, na– cional y universal. Es un hecho consta– tado que las hermanas se sienten im– pactadas y estimuladas con los aconte– cimientos eclesiales sean dramáticos o esperanzadores y que la oración de in– tercesión de las hermanas cobra inte– rés y estímulo. d) cCLmbios rotCLtivos: se decidió ha– cer rotativamente los cambios cada tres meses en las oficinas clásicas del mo– nasterio: cocina, sacristía, refectorio, etc. Algunos monasterios habían expe– rimentado esta modalidad y explicaban que este cambio había infundido ilusión a la vida de muchas hermanas y algu– nas otras comenzaban a sentirse gozo– samente realizad2,s. Este plan produce, además, otro efecto importante: la des• instalación. Consigue que nadie se ape– gue a determinadas oficinas porque, me decían, con qué facilidad algunas her– manas se "apropian" su oficina y ¡ cui– dado que nadie se asome allá! Cierta– mente, me decían, con este cambio ro– tativo pierde algo la eficacia de la mar-

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