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-- 261- temple de idealista para no dejarse do– blegar por los reparos del obispo Guido, del Papa Inocencio III, y de los carde– nales Juan de San Pablo y Hugolino. Todos ellos no podían comprender cómo un grupo de hombres pudiera vivir sin tener unos terrenos donde trabajar para sustentarse. Si ello les parecía imposible en el caso de los hermanos ¡ cuánto más en el caso de las hermanas! Luego de todo, los hermanos eran itinerantes y trabajaban a sueldo. Pero las hermanas vivían en el monasterio y no tenían propiedades en qué trabajar. Clara prometió a Francisco vivir sin propiedades. A esta promesa, luego rati– ficada por la Santa Sede, se le llamó el privilegio de la Altísima Pobreza, y consistía fundamentalmente en vivir sin rentas ni propiedades ni dotes sino del trabajo de sus manos; cuando esto fallaba, se podía recurrir a la limosna. Y aquí está la grandeza de Clara: veintisiete años sobrevivió a Francisco. Mientras tanto los Papas y Cardenales, que tanto la apreciaban, se esforzaban por disuadirla de aquel ideal que ellos lo consideraban irrealizable, al menos a nivel de masa. Por añadidura, en los veintitantos monasterios que se habían fundado en su días, solamente en los monasterios de San Damián y de Mon– ticelli era vigente el privilegio de la Al– tísima Pobreza. En estos años de sobre– vivencia a la vida de Francisco, a la vista de Clara se fue desmoronando el ideal de Francisco, en forma beligeran– te. Es increíble que en medio de seme– jantes circunstancias Clara se mantu– viera conmovedoramente tenaz y fiel al ideal prometido. También es emocionan– te el pensar en qué circunstancias Clara "arrancó" al Papa Inocencio IV la apro– bación de la Regla y del Privilegio: cuando ya estaba en el lecho de muerte. Debido a este famoso privilegio se escribieron numerosas Reglas para las Clarisas ya en los días de Clara o ya después de su muerte. La jerarquía eclesiástica y gran parte de los monas– terios de las Clarisas desistían del pri– vilegio en cada una de las nuevas le– gislaciones. Pero comprendían · que se trataba del alto ideal de Clara y Fran- cisco. ¿ Cómo compaginar el ideal y la realidad? . Otro dato de esta doliente historia es que durante los siete siglos gran parte de los monasterios de Clarisas no ha profesado la Regla de santa Clara, de– bido precisamente a que dicha Regla in– cluía el famoso privilegio para cuyo cumplimiento se sentían incapaces los monasterios. Y el "final feliz" de toda esta histo– ria consiste en lo siguiente: estoy in– formado en el sentido de que gran parte de los monasterios en el mundo entero están reorganizando su sistema de vida y actividades. ¿ Para qué? Para poder vivir del trabajo de sus manos y de esta manera profesar -¡ por fin!- la Re– gla de santa Clara. Como se ve, jirones del alma clarisa andan en juego en torno a esta materia pobreza-trabajo. · La economía y la vida inte1-ior Lo que voy a decir a continuación ha sido observado por mí mismo en los mo– nasterios de México. Seguramente no corresponderá a monasterios de otros países. Y esa observación de la vida me ha llevado a conclusiones que a mí mis– mo me han sorprendido y que en otros tiempos no lo habría creído. He visto que existe una sucesiva concatenación de causas y efectos: don– de el trabajo va bien, la economía va bien; donde la economía va bien, la vida espiritual va bien. Al menos en los mo– nasterios más fervorosos observaba que la economía iba bien; más aún, cuando la economía iba bien, luego· comprobaba que la vida espiritual iba bien. El tra– bajo-economía es signo e índice -al me– nos allí- de la situación general, y con– diciona la marcha general del monaste– rio. A la hora de la renovación, este rubro es el primer eslabón que hay que poner. ¿ Por qué la economía es el termóme• tro y medida de la marcha de la casa 'i Cuando la hermana está enferma o tie– ne una necesidad especial, la abadesa le responde que no hay medios y que a ver si ella los podría conseguir con sus familiares· o bienhechoras amigas. Y co– mienza la mendicación. Pero ¡ sólo Dios sabe con cuántas dificultades y preocu-

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