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-260- gla, 3). También les pide a los herma– nos que se esfuercen por tener humil– dad, paciencia, pura simplicidad y ver– dadera paz de espíritu (1 Regla, 17). Francisco vio claramente que para ser un buen hermano hay que comenzar por ser un buen menor, y, que si uno es menor es también un buen hermano. San F~ancisco y santa Clara vieron cla– ramente que cuando la hermana está llena de sí misma, llena de intereses personales, chocarán los intereses de las unas contra los intereses de las otras Y se habrá hecho presente la violencia que acabará por desgarrar la unidad fra– terna. Cuando una hermana se sienta amenazada en su ambición o en su pres– tigio personal saltará a la pelea, a la defensa de sus ambiciones, y de la de– fensiva pasará a la ofensiva y se harán presentes las rivalidad_es, las envidi~s, las intrigas, las confusiones y acusacio– nes. Imposible la fraternidad allá donde las hermanas están llenas de sí mismas. Por eso les pide encarecidamente santa Clara a las hermanas que luchen decididamente contra la "soberbia, va– nagloria, envidia, avaricia, cuidado y solicitud de este mundo" (Regla, 10). Yo me he enterado con profunda tris– teza de la miseria humana en el caso de algunas hermanas: las herman~s e_góla– tras y ambiciosas siembran la mtriga y la división entre hermanas y hermanas; mantienen el monasterio en un estado de desasosiego por medio de enredos maquiavélicos, por no decir di_abólicos, y siempre a la defensa de sus mtereses personales. Por ejemplo yo he analizado el origen de los grupos enemistados en los monasterios y he descubierto la si– guiente explicación: siempre se trata de una hermana enfermizamente ambi– ciosa. Cuando esta hermana se da cuen– ta de que un buen número de hermanas no se presta a reverenciarla y a ha– cer el juego a sus ambiciones, a todo este grupo de hermanas las declara por enemigas. Pero como ella sola no podría mantener rivalidad con tantas herma– nas ella comienza a hacer poco a poco su grupo para poder neutralizar al otro grupo que no la "adora". Esta explica– ción parece un sueño pérfido. Sin em– bargo es una realidad objetiva y trá– gica. En cambio entre hermanas sencillas y humildes, he visto con qué naturali– dad crece en el monasterio la flor de la fraternidad y de la paz. c) condición para la madu1·ez huma– na. Cuando una hermana está llena de sí misma, sacudida por ansiedades y sueños de grandeza, cuando a esa her– mana le salgan las cosas exitosamente a la medida de sus ansias, se descontro– lará por tanta dicha y felicidad. En una palabra, se desequilibrará. Pero, ¡ ay del día en que la olviden y la marginen ! En ese día también se desequilibrará, teniendo una reacción desproporcionada y dejándose abatir por la depresión y la tristeza, como una persona quebrada. En cambio cuando una hermana es pobre y humilde, igual le importan las flores que las piedras, que la suban o que la bajen del trono. Ella se mantiene entera y dueña de sí misma, con la se– renidad imperturbable de quien está por encima de los vaivenes de la vida. Pue– de repetir las palabras de Jesús: "No me importa lo que diga la gente" (Jn. 8, 59) . En este mundo nada la exa~– pera ni la deprime. Es llen~ _de. suavi– dad, paciencia, dulzura y eqmhbr10. Na– da ni nadie la turba ya que nada puede perder porque nada tiene. Y al que nada tiene y nada quiere tener ¿ qué le puede turbar? Por eso en la Biblia el Pobre de Yahvéh aparece como un aristrócrata del espíritu. Y los perfiles con que apa– rece dibujado en el Sermón de la Mon– taña son los de un hombre admirable y envidiable lleno de fortaleza y suavidad, de un ho~bre maduro y plenificado, lleno de estabilidad, entereza y dominio de sí mismo. (Mt. 5, 1-13; 38-48). El trabajo, signo y concretizaci6n de la pobreza de las clarisas Una historia dramática Efectivamente la historia de santa Clara y del "privilegio de l,a Altísima Pobreza" es una historia sublime y do– liente. En los días de santa Clara no se con– cebía que un monasterio de hermanas pudiera subsistir sin rE:ntas ni p~~pie– dades. El mismo Francisco necesito su

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