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-259- ra vez, por ejemplo una vez al año, a lo sumo dos veces; y esto en el supuesto de que haya una grave necesidad. En cuanto a la duración, los que hice yo duraron cuatro, cinco y seis horas, con un pequeño descanso. Los resultados, en gran parte, de– penden del moderador. Este necesitaría un verdadero carisma para esto. Yo suelo aconsejar que normalmente el moderador sea el hermano menor en– cargado de las contemplativas. Es conveniente, al terminar el capí– tulo, ir a la capilla y hacer solemnemen– te una promesa de fraternidad como aquella de la que hablamos arriba. Quiero terminar diciendo que si no se hace algo de esto, ciertas situaciones de algunos monasterios no tienen so– lución. Y, a grandes males, grandes remedios. IV. MINORIDAD - TRABAJO Las Clarisas son hermanas menores contemplativas. La minoridad es otro rasgo fuerte que diseña la figura del franciscano en la Iglesia. Sabemos que la palabra pobreza no expresa el conte– nido denso y rico que la palabra mino– ridad significa. Lo que sí, en cambio, refleja el contenido de la palabra mino– ridad es aquella expresión favorita de San Francisco: "La pobreza y humil– dad de nuestro Señor Jesucristo". En este capítulo sólo quiero apuntar alguna idea, para luego entrar a ana– lizar más detenidamente el trabajo que es el signo visible de la pobreza de las Clarisas. La minoridad, condición absoluta de la salvación En la Biblia no existe tan sólo ni sobre todo la salvación de mi alma. La salvación programada en el Evangelio agar:ra y abarca todo el hombre, como enseguida veremos. Y esa salvación in– tegral llega al hombre a través de la pobreza de espíritu y humildad de co– :razón. La minoridad es, pues, a) condición indispensable para que el Reino del Padre se establezca en no- sot:ros. El Reino consiste en que Dios sea mi Dios. Ello aparece muy clara– mente en la fórmula de la Alianza. Ahora bien; el único "dios" que puede competir con Dios el reinado sobre el corazón del hombre es el hombre mis– mo. No existe ya ni valen los "dioses" o ídolos que antaño en la Biblia pare– cían competir con Dios. Los ídolos de oro, barro o madera son símbolos. El único ídolo que puede disputar palmo a palmo con Dios su reinado es el hom– bre mismo. Entonces, o se retira el uno o se retira el otro ya que los dos no caben en un mismo territorio. Dos seño– res, dirá Jesús, no pueden gobernar al mismo tiempo en un mismo reino. Y en la medida en que nuestro terri– torio está ocupado y lleno de intereses personales, no hay lugar para que el Reino del Padre se despliegue ahí. Y, a la inversa, cuando nuestra persona no está ocupada con nuestra propia pre– sencia, es Dios quien se hace presente. Así llegamos a comprender que el pri– mer mandamiento es idéntico a la pri– mera bienaventuranza: en la medida que somos pobres en el espíritu, Dios es Dios en nosotros. En el fondo corre este trágico misterio: nuestro "yo" tiende a convertirse en "dios" es decir, nues– tro "yo" reclama y exige culto, amor, admiración, dedicación, y adoración a nivel universal. El programa está, pues, muy claro: "Conviene que "yo" dismi– nuya para que El crezca" (Jn 3,30). Si el primer mandamiento contiene y agota toda la ley y los profetas, la primera bienaventuranza contiene y agota todo el Evangelio de Jesucristo. El Reino viene por la ruta de la po– breza de espíritu. Ya que Dios sólo pue– de hacerse presente en un corazón po– bre y humilde, el pobre es la heredad de Dios y Dios es la herencia del pobre. b) condición indispensable para que exista una real fraternidad. San Fran– cisco vio claramente que si no se avan– za decididamente por el desprendimien– to de sí mismo, no habrá fraternidad. Y consecuentemente pone todo el pro– grama de minoridad como única condi– ción y posibilidad para que haya frater– nidad. Les pide que se esfuercen por tener benignidad, paciencia y modera– ción, mansedumbre y humildad (2 Re-

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