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·- 256 - la obediencia no ha cambiado; lo que sí ha cambiado es la autoridad, como con– cepto y uso. Lo que dice el Concilio es que la obe– diencia sea responsable. Pero esa res– ponsabilidad de la obediencia queda sa– tisfecha con la primera etapa, o la con– sulta. La hermana ya manifestó su opi– nión y colaboró a madurar la decisión. Incluso yo diría que queda en pie la "obediencia ciega" en este sistema de gobierno fraterno. Me explico. Se hizo la consulta, me trataron como adulto, yo expresé mi opinión así como otros expresaron otra opinión. Luego se to– mó la decisión. Vamos a suponer que la decisión tomada es enteramente contra– ria a mi opinión. Yo debo ejecutar, jun– tamente con la fraternidad, esa decisión por muy contraria que sea a mi opinión. Obediencia ciega, en cierto sentido. Se– ría increíble infantilismo el pensar que puedo desobedecer una decisión frater– na si no coincide con mi opinión. Y sólo entonces, y de esa manera, la Obediencia es la imitación de actitud afirmativa de Jesucristo que, repug– nándole infinitamente el plan propues– to por el Padre, acabó por decir: "No se haga lo que yo quiero sino lo que Tú" (Mt 26, 42; Le 22, 42). En este sistema de gobierno fraterno cabe la tentación de nostalgia: ¡Oh aquellos tiempos en que todo era fácil! La abadesa decía una cosa, y todas las hermanas obedecían sin chistar; en cambio ahora ¡ qué complicación! Eso es como si una mamá dijera: "Para que estos mis hijos, que ya son unos adoles– centes, no hagan disparates los voy a tener juntito a mí." De esta manera nunca harán disparates, pero nunca se– rán hombres. Todo proceso de madura– ción tiene un precio y hay que pagarlo, y el precio es el riesgo de hacer dispa– rates. Efectivamente, bien sabemos qué pa– sa en nuestros primeros encuentros fra– ternos. Como no sabemos dialogar, las hermanas se trenzan en agrios. debates, respirando por antiguas heridas y sa– cando a la luz viejas historias. Y con esa experiencia amarga, las hermanas optan por no tener más encuentros. Es– tamos dando los primeros pasos y los primeros pasos son siempre vacilantes. Nos parnrá igual que al niño; se da un paso y diez caídas; luego dos pasos y ocho caídas; luego se equiparan los pa– sos y las caídas, y por fin se acaba por mantenerse en pie. Sólo dialogando se aprende a dialo– gar. Procedentes y formados en un mundo individualista, no habiendo dia– logado nunca, conformados en los es– tilos monacales, resulta que ahora te– nemos que readaptarnos, tenemos que renacer, que siempre es más difícil que nacer. Las dificultades para el gobierno fra– terno son las mismas hermanas. -Las hermanas infantiles que dicen: "Ya se hizo la consulta; yo di mi opi– nión, pero la abadesa no ha hecho caso a mi opinión. Así que, en adelante, no voy a hablar más"; -las hermanas testarudas que siem– pre tienen la razón, y que, ni siquiera se les ocurre dudar; -las hermanas susceptibles que cual– quiera opinión de las otras lo toman como actitud de ofensa personal; -las hermanas hipersensibles que cualquier cosa lo sienten desproporcio– nadamente y no lo pueden olvidar nunca. El Capitulo de gobierno El instrumento para el gobierno de una fraternidad es el Capítulo. Desgra– ciadamente a esta palabra se le asocian recuerdos y vivencias que no corres– ponden a lo que queremos proponer. Pero el nombre es lo de menos. Busca– mos el que las hermanas se reúnan para tratar de su vida y actividades; en una palabra, el capítulo es el encuentro de las hermanas para amarse y gober– narse. La experiencia de la vida y la obser– vación han hecho madurar en mí dos figuras de capítulo, de naturaleza muy distinta. El "capítulo de gobierno" tra– ta de las actividades de las hermanas y pretende la buena marcha de la casa. En cambio, el "capítulo de fraternidad" trata de la vida de las hermanas y pre– tende · la concordia y armonía de las mismas. A través del capítulo de gobierno, te– nemos que aprender a gobernarnos fra-

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