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-255- Las tres etapas de la obediencia fraterna En un gobierno fraterno hay tres mo– mentos: a) Consulta o búsqueda de la voluntad de Dfos. En esta etapa participan todas las hermanas porque todas son miem– bros responsables de la fraternidad, en cuya vida y destino todas ellas están personalmente comprometidas. Las her– manas tienen obligación y derecho a ex– presar sus opiniones. Lo que allí se tra– ta incumbe directamente a la hermana. Las abadesas tienen obligación de buscar la voluntad de Dios a través del pueblo de las hermanas. Antes se decía que la voz de la autoridad era la voz de Dios. Ahora, como muy antiguamen– te se dice que la "voz del pueblo es la v~z de Dios". Santa Clara lo dirá más expresamente: que a la última de la ca– sa puede Dios inspirarle mejor que a la superiora. Ya sabemos cuál es el peligro en este procedimiento: que las hermanas se de– jen llevar de la voz de sus propios inte– reses en vez de dejarse llevar de la voz de Dios. Y eso sin darse cuenta. Fácil– mente se confunde carisma con capri– cho; se mezclan y confunden las cosas de Dios y las cosas nuestras. Pero esto mismo también le puede ocurrir a la abadesa. Será indispensable y elemental que las hermanas vivan en estado de con– versión y desprendimiento de sí mis– mas. De otra manera, la obediencia f ra– terna se convertirá en una guerra de intereses personales. Además, las her– manas tendrán que escucharse mutua– mente con gran respeto. He observado que en los diálogos cuando una herma– na dice algo y algunas se sonríen o hacen un gesto de desaprobación, esa hermana suele enmudecer para siem– pre. b) La decisión. Se ha hecho la consulta. Unas piensan de una manera, y otras de otra. ¿ Qué opinión se va a ejecutar? La respuesta la da el Concilio : "Sólo a la autoridad competente le corresponde decidir" (Perf. Car. 14). La búsqueda efectuada en fraterni– dad no tiene valor jurídico sino orien- tador, y a lo sumo moral. La fraterni– dad no es un sistema parlamentario en que prevalece la mayoría, y en que la opinión de la mayoría es automática– mente decisión. Así, pues, a la abadesa le correspon– de escuchar primero las distintas opi– niones y luego madurar su juicio, me– ditándolo y sin dejarse llevar de perso– nalismos. Y después, tomar la decisión delante de Dios. Cuando la abadesa es– time que la opinión mayoritaria no fa– vorece el bien de la fraternidad, no tie– ne obligación, ni siquiera moral, de ra– tificarla. Obrar de otra manera podría significar debilidad y cobardía y, posi– blemente, infidelidad. Porque podría ocurrir que la mayoría haya sido capi– taneada por una hermana audaz que todo lo amaña según su interés, o po– dría haber grupos relajados que impo– nen criterios inconvenientes. Pero también la abadesa podría ser infiel a los designios de Dios si sistemá– ticamente o por cálculos humanos de– cidiera siempre en contra de la opinión mayoritaria. Por respeto a las herma– nas, sería conveniente que la abadesa comunicara los motivos de la decisión. Como medida práctica, yo suelo acon– sejar a las abadesas que hagan frecuen– temente votaciones consultivas. Porque ocurre que muchas hermanas no se atreven a hablar. Otras no están acos– tumbradas y no se sabe qué opina real– mente la fraternidad. Lo que "suena" es lo que dicen las hermanas alborotado– ras. Con una votación consultiva se des– pejan las incógnitas. También deben tener presente las abadesas que cuando se habla de auto– ridad no se entiende generalmente la persona de la superiora, sino que se entiende el equipo rector de la frater– nidad. Es decir, la abadesa y su Con– sejo. Deben, pues, decidir colegialmente. c) La ejecución. Una vez terminada la decisión, corresponde a todo el pueblo de las hermanas llevarla a cabo. Esta es, propiamente, la hora de la obediencia. Por entender supelficial– mente la doctrina conciliar, muchos creen que la obediencia consiste en ha– cer cada cual su voluntad con bonitos justificantes como la dignidad personal. Yo diría que el concepto y contenido de
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