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-251- bre del chismorreo estaba a punto de ahogar aquellos hermosos propósitos. Esa amarga experiencia me llevó a pen– sar el siguiente proyecto que todos los monasterios de México lo han puesto en práctica con sorprendentes frutos. Se trata de una promesa, solemne– mente formulada delante del Santísimo por toda la fraternidad, y que tiene fuerza moral de voto, aunque no fuerza jurídica. En la promesa las hermanas se comprometan a: 1) no hablar nada desfavorable de las hermanas, no decir lo que no dirían delante de ella misma; 2) advertir fraternalmente a las her– manas que sin darse cuenta caen en este defecto; 3) cada mes la fraternidad ce– lebra un capítulo para examinar expre– samente la marcha de esta promesa, acusándose a sí mismas; 4) esta prome– sa tiene validez por seis meses. Es necesario crear en los monasterios una especie de culto del silencfo. Silen– cio, no en el sentido de no hablar al es– tilo trapense sino en el sentido de guar– dar secretos, acostumbrarse a guardar silencio sagrado sobre las confidencias, los defectos e irregularidades de las her– manas. He visto que hay hermanas a punto de enloquecer, permítaseme la ex– presión ("desesperarse" dice santa Cla– ra) porque sus problemas no los pueden comunicar con nadie, ya que de nadie se fían porque luego lo cuentan directa o indirectamente. Al no haber "salida" a su angustia, se amargan por no po– der liberarse de su peso que no lo pue– den compartir con nadie. Después de expansionarse conmigo, yo les decía: "¿Por qué no le comunica todo esto a tal hermana tan equilibrada?" Y se me respondía: "Pero también a ella se le va la lengua." ¡ Feliz el monasterio que produce esos ejemplares fraternos, her– manas (siquiera una o dos), las cuales cualquier confidencia que se tenga con ellas la guardarán fielmente hasta la muerte! Ese monasterio está salvado de la angustia y de la desesperación. Esta es la manera eficaz de dar pasos concretos en la construcción de la fra– ternidad. Amar es simplemente AMAR. Fran– cisco de Asís, después de vivir mucho en poco tiempo, se dio cuenta de que el amor es la piedra filosofal que todo lo que toca lo transforma en oro, en dicha de vivir. Que el amor sana los "enfer– mos" y hasta es capaz de resucitar los muertos en el espíritu. Me llama la aten– ción cuántas veces Francisco, en sus cartas, aconseja simplemente el amor como el remedio definitivo de todos los males. También llama la atención en las Actas de Canonización de santa Clara cuántas veces se subraya el cariño en– trañable de aquella mujer en el trato con las hermanas. Yo he llegado a la conclusión de que, en los monasterios, la inmensa mayoría de los casos de hermanas difíciles, agre– sivas o resentidas es debido a que estas hermanas se sienten vacías de afecto. Sienten que nadie las quiere. Sienten que están solas. Y reaccionan moles– tando a todo el mundo, como una ven– ganza por la soledad que sufren. Mu– chas hermanas me han declarado que viven tristes porque nunca, desde que entraron en el monasterio, han sentido el afecto fraterno. Nosotros, que no he– mos experimentado la vida monástica (y varones, por añadidura), nunca lle– garemos a comprender que la cosa más trágica es el caso de una hermana que, en un monasterio, siente que nadie la quiere, que está sola. Primero porque es mujer, y la mujer es especialmente sensible al afecto. Y segundo porque to– do círculo cerrado, cuando está frío y vacío se convierte en tumba, igual un hogar que un monasterio. Así como au– tomáticamente se convierte en un pa– raíso cuando allá hay "calor" y dulzura. El ser humano ha nacido para amar y ser amado. Sólo el niño y los infanti– les se sienten satisfechos con sólo ser amados. El ser humano necesita amar y comienza a sentirse realizado cuando entra en contacto con los demás y esta– blece con ellos relaciones interpersona– les de comunicación y servicio. Ahora, si la hermana en el monasterio, siente que todas están "ausentes" aunque to– das estén junto a ella, por un mecanis– mo defensivo esta hermana tiende a re– plegarse hacia regiones interiores. Pero allá dentro de sí misma, la pobre her– mana no encuentra sino el frío y la so– ledad, dos enemigos mortales del ser humano y más particularmente de la

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