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-246- que del número, vendrán hermosas vo– caciones. He observado por mí mismo que cuando llegan candidatas a un mo– nasterio mediocre, las candidatas va– liosas se van porque aquella vida no les convence; y si alguna se queda, señal de que también ella es mediocre. d) "Es mejor que yo". Ella tiene de– fectos, dicen, pero también los tengo yo. No soy mejor que ella. Es un cri– terio falso: si la hermana tiene defec– tos ahora que es joven (y la juventud da entusiasmo para superarse en todo), sabiendo, además, que está sometida a vigilancia y prueba, habrá que pre– guntarse qué será de ella una vez que haya pasado la profesión solemne o cuando tenga cuarenta años. Pero también observé reacciones en sentido contrario, comprobando que las hermanas "negativas" votan siempre negativamente. Supe y conocí excelen– tes hermanas jóvenes rechazadas en una votación definitiva y devueltas al mundo. Me percaté, no sin cierto ho– rror, que aquellas hermanas irrealiza– das e inadaptadas votan sistemática– mente en negativo, sobre todo cuando la hermana joven tiene preparación o cualidades especiales. Es la típica reac– ción compensadora: por un misterioso mecanismo de compensación, esta clase de personas se compensan a sí mismas destruyendo en las demás lo que han sido incapaces de construir en sí mis– mas o por sí mismas. También me llamó la atención con qué superficialidad se juega el destino y la vocación de las hermanas. Supe de votaciones negativas por razones bala– díes, por tonterías externas que nada tienen que ver con el fondo de una persona, por ejemplo por haber roto vasos o cosas por estilo. Las hermanas tienen que darse cuen- . ta qué difícil es hacerse un juicio ob– jetivo. Será bueno que tomen concien– cia de las trascendencias de ese acto, y que, antes de dar el voto, hagan un auto-análisis para ver si se engañan a sí mismas. Estudios Tras haber observado largamente el interior del monasterio, una de mis ex- trañas experiencias ha sido haber lle– gado a la convicción de la importancia práctica de los estudios para la vida contemplativa. Antes, yo tenía las mis– mas ideas que mucha gente: que los estudios poco o nada tienen que ver con la vocación contemplativa. Que el saber es una cosa y el amar, otra. Y nosotros hemos sido llamados a amar. Que va en la minoridad una cierta ignorancia de las ciencias humanas. Pero la realidad me despertó del sueño y me ha conducido a convicciones diametralmente opuestas. He compro– bado que una mente no-cultivada está normalmente dificultada, casi impedida para entender a fondo el misterio de Dios y las exigencias radicales de la altísima vocación transformante a la que hemos sido llamados. He observado que allá donde las hermanas son igno– rantes, la fraternidad anda mal porque esas hermanas se tornan ordinarias y vulgares en el trato con otras y gene– ran un clima de vecindario con sus chismes. En cambio, las hermanas que tienen estudios son, en general, más comprensivas y delicadas unas con otras. He visto que las hermanas igno– rantes apenas entienden una exposición doctrinal y son incapaces de entusias– marse con los altos ideales. Se me podrá hablar de santos "igno– rantes" como el Cura de Ars o el mis– mo san Francisco. Pero frente a esos "ignorantes" famosos en santidad, yo podría aducir millares de casos en con– trario. Además, escuché muchas veces a las hermanas que antes eran de "no– coro", les escuché esa frase: "Como yo no tengo estudios..." y detrás de la fra– se asomaba no sé qué rictus de frustra– ción y complejo. Los estudios harían desaparecer prejuicios y serviría para fomentar una igualdad fraterna. En un monasterio ciertamente no tienen importancia los títulos. No nos interesa que las hermanas tengan pri– maria, secundaria o universitaria. Lo que interesa es el cultivo mental, pero se supone que el que tiene título, tiene también cultivo mental. Tampoco inte– resa que la instrucción de las hermanas sea en materia religiosa sino que ten-

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