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las iniciativas de cada hermano. En las nuevas fraternidades, en que cada cual trabaja y se introduce por propia cuen– ta en la sociedad, cuando se vive con verdad la hermandad interna, se está comprobando que la experiencia de cada uno, vivida fuera, obra como factor de integración y de confrontación en la ora– ción común, en la revisión de vida, en la eucaristía, en la caja común a la que ca– da hermano aporta sus ingresos. Lo ha puesto de relieve Pablo VI en la "Evan– gelica testificatio" (n. 21 y 26). EiI ,capíitiu.fo de la 811tísima ,pobreza hoy Bl capítulo VI es el más bello, y tam– bién el más exigente de la Regla definiti– va. En él logró san Francisco condensar el ideal de pobreza, con las motivaciones bíblicas, más exactamente y más vigoro– samente que en la Regla primera. Pero tampoco aquí la Orden, después de la muerte del Santo, pudo mantener el heroísmo de una vida de peregrinación y de fe en la providencia del Padre Dios, sin otro tesoro que la pobreza bajo el cielo. No es tan fácil convertir en norma permanente de un grupo desarrollado, la inseguridad por el Reino, que Francisco lee tan exactamente en el Evangelio. En buena lógica, la Orden hubiera de– bido reconocer la imposibilidad de tra– ducir a la práctica semejante @eal, y entonces contentarse con aspirar siem– pre a realizarlo eD una superación cons– tante. Todo ideal, por serlo, es inasequi– ble en forma permanente; su fuerza está, como la del Sermón de la Montafia, en esa constante interpelación a la concien– cia de quienes lo han abrazado como me– ta de la propia vida. Pero existe siempre la tendencia a aferrar el ideal, encerrán– dolo en una definición, en una formula– ción jurídica, en un procedimiento ascé– tico de fácil manipulación, para hacer– nos la ilusión de que ya es nuestro. Es lo que sucedió en la Orden. Los responsables, los prudentes, no descan– saron hasta encontrar, también esta vez, los subterfugios jurídicos y los recursos de una pedagogía ad usum delphini con miras a tranquilizar la conciencia de los frailes, mediante las sutiles distinciones entre dominio y uso, uso de derecho y uso de hecho. Tal interpretación, aun des– pués que recibió el refrendo de las decla- -203 - raciones pontificias obtenidas por la "co– munidad", no dejaba, con todo, en paz a ningún verdadero hijo de san Francisco. Y se sucedieron las actitudes contestata– rias y las reformas, en fuerza de aquella insatisfacción siempre latente. Con todo, quizá en el siglo XIII fue la única salida posible. ¿Se puede hoy volver a la observan– cia del capítulo sexto? Ni pensar que to da la Orden, como institución, se ponga en un camino tan heroico. Pero al menos ha– bremos de confesar con sinceridad que el camino es ése, como lo ha hecho el Con– cilio hablando en nombre de una Iglesia que, como institución, está muy lejos de semejante ideal: "Como Cristo realizó la obra de la redendón en pobreza y perse– cución, de igual modo la Iglesia está des– tinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los nombres" (LG, 8). Bs preferible el do– lor de no poder alcanzar el ideal propues– to por Francisco, el sufrimiento inquie– tante, a una postura convencional, basada en una interpretación enderezada a de– jarnos tranquilos y seguros ..., diciendo, por ejemplo, que la pobreza franciscana es la más perfecta porque no poseemos nada ni en particular ni en común; y Jue– go, cuando alguien nos señala nuestros, edificios, nuestras reservas económicas, nuestro tren de vida, salir con la respues– ta angelical: "No es nuestro! es de la san– ta Sede. Sólo tenemos el simple uso de hecho... " Cada cláusula del capítulo VI tiene un sentido preciso en la doctrina de san Francisco; más aún, es como el tí– tulo de un capítulo en el conjunto de su espiritualidad; y tiene, además, una versión bien clara en la vida actual de h fraternidad de los menores, tal como de– bería ser: a) "Los hermanos no se apropien co• sa alguna ..." -- El sentido aparece cla– ro en el pasaje paralelo de la Regla pri• mera, cap. 7: "Cuiden los hermanos, don– dequiera que se hallaren, en los eremito– rios o en otros lugares, de no apropiarse lugar alguno ni impedir la entrada a nadie sino que quienquiera que viniere a ellos, amigo o adversario, ladrón o salteador, sea recibido benignamente". Por tanto, "no apropiarse", según la enseñanza ge– neral de san Francisco sobre la "apropia-
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