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za, tu amabilidad, tu disponibilidad de servicio, tu palabra de paz, tu sabia sim– plicidad, qué significa tu manera de ver la vida, tan diferente de la manera con que la vemos los demás? Y entonces po– der dar a leer, como única respuesta, la Regla de san Francisco. La lectura de esa Regla, sin montajes de familia, ha basta– do para hacer descubrir la vocación a, hombres como José Mojica según lo re– fiere él mismo. En el tercero y décimo capítulo tene– mos el programa y el estilo de la presen– cia del hermano menor entre los hom– bres, estilo válido para todos los tiempos. Se trata de dos párrafos de la Regla en que san Francisco ha puesto el acento mucho más que en otros de los llamados "preceptos". No obstante, en las exposi– ciones de la Regla, a través de las cuales hemos aprendido ésta, nos eran presen– tados como piadosas exhortaciones sin importancia, que no merecían ni siquie– ra un comentario: "Yo aconsejo, amonesto y exhor– to a mis hermanos, en el Señor Jesucristo, que cuando van por el mundo, no litiguen, ni contiendan con palabras, ni juzguen a los otros; mas sean benignos, pacífi– cos, modestos, mansos y humil– des ..." En cambio, fo cláusula que signe ha venido llenando en el pasado muchas pá– ginas en las exposiciones: "Y no deben ir a caba1lo, a no ser que se vean obligados por ma– nifiesta nt'-cesidad o enfermedad". Es éste uno de los lugares clásicos que hoy son presentados como carentes de vigencia. ¿ Quién viaja hoy a caballo si no es por sport o, en las misiones, por– que no hay otro remedio? La letra ha perdido actualidad, pero el espíritu es actualfsimo, y precisamente en el contex– to del párrafo anterior, que es el que da la motivación. San Francisco prohibió viajar a ca– ballo por un motivo bien claro: pobreza y humildad. Viajar a caballo era privile– gio reservado a ricos y nobles. El precep– to tiene una traducción sencilla: Habéis de viajar como tu gente pobre y humilde. Hoy los medios de comunicación han cambiado. Pero hoy también sabemos -201- perfectamente cómo viajan los ricos y có– mo viajan los pobres. El dilnero: espíri,tu y letra hoy La letra es clara y no da lugar a am– bigüedades. San Francisco quiso hacerse entender: "Yo mando firmemente a to– dos los hermanos que, en ninguna mane– ra, reciban dinero o pecunia, por sí o por intermedio de otro". Téngase en cuenta que, en la Regla bulada, la prohibición ha quedado mucho más fuerte y exp líci– ta que en la Regla primera. Pero inmediatamente después de la muerte de Francisco, la fraternidad halló demasiado heroico ese capítulo IV de la Regla. Y en lugar de tomarlo "pura y sencillamente, sin glosa", en todo su he– roísmo, los responsables buscaron el modo de tener dinero sin "recibirlo" porque la letra dice: no reciban. Y sabi– do es qué clase de gimnasia jurídica se fue haciendo, hasta que se llegó a la so– lución de los síndicos apostólicos, qu~ eran verdaderos ecónomos de los con– ventos. Podía "estar tranquila la concien– cia de los hermanos", según la expresi0n usada por san Buenaventura, explicando el porqué de las declaraciones pontifi• cias. En tiempos recientes, cuando ya no se pudo prescindir del uso material y formal del dine:::-o, se recurría a otro sub– terfugio para aquietar la conciencia: los indultos pontificios renovados periódica– mente. Así, a pretexto de que la letra no podía ser observada, la Orden se sacudb. oficialmente toda obligación respecto del capítulo cuarto de la Regla. Hoy estamos en mejores condiciones para leer de nuevo "pura y sencillamen– te" ese capítulo esencial, y debemos pre– guntarnos cómo podemos observarlo es– piritualmente, en realidad: non ad litte– ram, sed ad renz. Para ello es preciso entender la in· tención de san Francisco. Y ésta es evi– dente a la luz del capítulo paralelo de la Regla primera. Para el monasterio, en la época feudal, la tentación de poder se cifraba en las posesiones y rentas fijas. Mas para una fraternidad peregrinante, en la nueva sociedad de ártesanos y co– merciantes en que el dinero comenza h;-i a desempeñar un papel decisivo, Fran– cisco ve que la tentación de poder y de orgullo, el mayor peligro de la pobreza y de la minoridad, va a estar en el qine-
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