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-200- lectura del evangelio de la misión de los apóstoles, al punto vistió una túnica en forma de cruz, ideada por él mismo, ce– ñida de una cuerda, como señal externa del nuevo estilo de vida según el Evang,~– lio. El hábito proclamaba lo que la vida quería ser. Celano emplea la expres16n mutato habitu ai hablar de esas fases en la búsqueda de Francisco; y dice que los primeros compañeros se asociaron a él "en la vida y en el hábito" (1 Cel. 21 s, 24). El hábito de los hermanos menores era desde el principio tan inconfundible, que en la primera Regla san Francisco anima a los hermanos a seguir vistiéndo– lo, aun cuando, por la forma del mismo, los motejen de hipócritas (Reg. 1, 2). El hermano infiel al voto de castidad, debía ser privado del hábito y arrojado fuera de la fraternidad (Reg I, 13). Sencillísimo como era, no muy dife– rente del modo de vestir de los pobres, y si bien en los primeros años su forma no estaba bien definida (pensemos en los mantos que usaba san Francisco, en las pieles que se hacía coser...), aquel hábi· to era un verdadero distintivo, hasta el punto ele que Honorio III, en 1220, prohi– bió usarlo a quienes no pertenecieran a la Orden de los menores. Pero ya en vi– da de san Francisco nos hallamos con adaptaciones en la forma de vestir, no bien lo exige un elemento superior de la misma Regla: con fecha 17 de marzo de 1226 el Papa coucede a los hermanos mi– sioneros entre los infieles poder llevar otros vestidos y cultivar cabellos y bar– ba, con el fin de facilitar la inserción en– tre la población árabe (9). El Padre Esser pone fin a su investi– gación sobre el hábito con esta observa– ción: "No es aventurado ver, precisa– mente en este hábito común, una fueua que mantiene fuertemente vinculada la nueva fraternidad aun en su rápida ex– pansión por todas las partes del mundo" (10). Queda siempre en pie la pregunta: Hoy, en el proceso actual de seculariza– ción, cuando la manera de vestir dke tan poca cosa a la gente ¿ayuda todavía el hábito a una presencia eficiente en la (9) (10) Bullarium Franc., I, 26 a. A nfange und urspriingliche Zielsetzungen des Ordens der Minderbrüder, Leiden 1966, 118- 128. sociedad? En otras palabras: san Fran– cisco ¿hubiera escogido hoy un háhito como expresión pública de una vida de compromiso evangélico y como señal de integración fraterna? Una respuesta adecuada no puede darse, mientras la cuestión siga centrada sobre la forma externa como tal, sea en sentido positivo, sea en sentido negati'\'0, en lugar de plantearla sobre el contenido de nuestra vida. No pensemos en el mo– do de expresarla antes de haberla encon– trado. El lenguaje externo viene por si mismo, cuando hay algo que significar ante los hombres. No sería franciscano, porque no es cristiano, andar ocultando nuestro com– promiso evangélico, nuestro ser como hermanos menores, alegando que debe– mos ser como los demás. No; el cristia– no comprometido no puede ser un hom– bre como los demás, y por lo tanto no puede manifestarse como los demás. Dondequiera se encuentre debe ser luz y sal, una existencia que interpela fuerte– mente a las demás existencias, precisa– mente, porque es diferente. Lo mismo se diga, y con mayor razón, de un hermano menor. Ha de provocar en torno a sí, no quizá la pregunta: tú ¿por qué vistes así? sino esta otra; tu ¿por qué eres así? En los comit:nzos de la fraternidad -refieren las Florecillas (c. 5)- san Francisco envió a fray Bernardo a Bolog– na, para que diese allí testimonio de la vida de penitencia. Fray Bernardo obe– deció. Su aspecto pobre y extraño, su misma simplicidad, le procuró los pri– meros días una ganancia regular de áes– precios y padecimientos. Hasta que vién– dolo cierto doctor en derecho y obser– vando con qué paz y con qué alegría in– terior soportaba todo aquello, lo tomó aparte y le preguntó: ¿Quién eres tú? Y fray Bernardo, p_or toda respuesta, extra– jo de la manga un ejemplar de la Regla y se lo dio a leer al doctor. Este quedó lleno de admiración y se hizo panegiris– ta de fray Bernardo y de toda la frater– nidad. Desde aquel día todo cambió pa– ra fray Bernardo. Andando el tiempo, también el doctor entraría en la frater– nidad. Tengo para mí que un hijo de san Francisco en el mundo de hoy, con hábi– to o sin hábito, da buena razón de si el día que alguien le sale con la pregunta: ¿Quién eres tú? ¿qué significa tu pobre-

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