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Un hecho histórico bastará para ha– cer ver en qué manera una interpreta– ción literal puede conducir a una infide– lidad, incluso fundamental, a la mism.:i, Regla. En 1644 un nutrido grupo de capu– chinos españoles, fundándose el el capí– tulo XII de la Regla, pedían insistente– mente ser enviados como misioneros en– tre los indios salvajes de América; p~ro se hallaron con la · negativa cerrada de sus superiores provinciales, quienes les salieron con este razonamiento: "En las Indias se crían por la tierra unos gusa– nillos como pulgas - las niguas -, los cuales se entran por la carne y se hace notable entumedón..., y por recelo de esto, con el tiempo, vendrán a querer llevar calzado" (7). Así, en nombre de un texto accidental, interpretado no sólo li– realmente, sino abusivamente (la Regla no prohibe el calzado, sino que lo per– mite en caso de necesidad), se desobede– cía positivamente un capítulo de prime– ra importancia cie la Regla obstaculizan– do la vocación misionera de la Orden. Ha de plantearse, pues, a la luz de la doctrina de san Franciscos sobre la observancia espiritua, la cuestión de si posee validez o no la Regla en nuestro tiempo, y si puede ser invocada en orden a una renovación convenientemente adaptada de nuestra vida franciscana. Me limito a seleccionar ciertos pun– tos más orientadores tomados de los ca– pítulos de la misma Regla. ;Presenda :tirandscana y forrma exiterior La misión de ir por el mundo es par– te esencial de la fraternidad minorítica peregrinante. Lo afirma expresamente el capítulo tercero de la Regla y lo supoue el tenor de todos los otros capítulos. Es elemento integrante del seguimiento de Cristo en pobreza y humildad tal como lo entiende san Francisco (8). Detengámonos en un texto concreto del capítulo segundo: la forma exterr.d del hermano menor. Letra de la Regla: "Aquellos que han prometido obediencia, tengan una túnica con (7) Véase mi estudio Redín, soldado y misione– ro, Madrid 1951, 190. (8) Véase A. VAN CORSTANJE, Un peuple de pélerins. París 1964. -199- el capucho, y otra sin capucho, los que la quieran tener. Y los que se vean forzados de la necesidad, pue– dan llevar calzado". Espíritu de la Regla: "Y todos los hermanos se vistan de vestiduras viles...; y yo ]es amonesto y exhorto que no des– precien ni juzguen a los hombres a quienes vieren vestidos de vesti– duras suaves y de color, y usar ali– mentos v bebidas delicados; sino más bien, cada uno cuide de juz– garse y despreciarse a sí mismo". Muchas luchas ha suscitado en el curso de la historia la cuestión de la for– ma del hábito; muchas páginas han lle– nado los expositores de la Regla, preci– sando cuáles son los vestidos del fraile menor, y cuándo se peca o no se peca.. Hoy, semejante casuística está siendo ol– vidada; hoy nos preguntamos, como los demás institutos religiosos: ¿llevamos o no llevamos el hábito? No es mi intención dilucidar la cues– tión. Sólo quiero que no se pretendfr dar una respuesta de espaldas a la Regla. Se viene repitiendo en estos años, y aun lo he encontrado escrito en un libro reciente, que san Francisco no adoptó un hdbito como distintivo, sino que se acomodó sencillamente al modo de ves– tir de los labriegos de su tiempo. Histó– ricamente consta lo contrario. San Fran– cisco no hubiera sido hijo de su tiempo, si no hubiera dado una gran importancia a la forma de vestir. La Edad Media, emi– nentemente simbólica, hacía del vestido un lenguaje social. Cada profesión apa– recía en público con su divisa inconfun– dible: el médico, el comerciante, el nota• rio, el clérigo... Basta recordar que todas las Ordenes religiosas del siglo XIII tie– nen una leyenda que atribuye origen di– vino al hábito propio: los dominicos, los servitas, los carmelitas, los trinitarios, los mercedarios .. También en la Orden franciscana se creó tardíamente el mito del hábito ... De hecho sabemos que san Francis– co, inmediatamente después de su con– versión, vistió un atuendo de peregrir¡.o como expresión de la vida de penitencia que había abrazado. Mas una vez que descubrió su vocación definitiva, con la

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