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Nuestra . presencia en el mundo de hoy fr. Silvcrio Litschka, ohn. caip. -183- EN nuestros días se habla mucho de crisis de la vida religiosa, mani– fiesta en la falta de vocaciones. Muy pronto se echa la culpa a la falta de fe, la decadencia moral, el materialismo, la secularización de la vida, la fal– tc1, de espíritu de sacrificio en la juventud. Sin duda influyen todos estos factores. Pero, quizas no se toma o no se quiere tomar en cuenta el pro– fundo cambio que se ha producido en el mundo y en la sociedad en nuestro siglo, mientras que la vida religiosa en sus formas externas permaneció inmutable. De ello resulta que muchos contemporáneos, especialmente los jóvenes, ya no entienden el sentido de la vida religiosa, no compre!1den suficientemente su valor como para optar por esta forma de vida. El P. Vi ganó habla de "una verdadera inadaptación (de la vida religiosa) a la novedad de los signos de los tiempos" (1). Y sin embargo iuna de las fun– .:'.iones esenciales de nuestra vida religiosa y franciscana es la ele ser signos por nuestra presencia en el mundo! NUESTRA VIDA. RELIGIOSA ES ''SIGNO" Cuando Dios se acerca al mundo y al hombre y le da la salvación, se adapta a la realidad del hombre que vive en el espacio y en el tiempo, y lo hace en forma "corporal", por medio de signos. Estos signos anuncian, atestiguan la salvación y, al mismo tiempo, indican su presencia. El primer signo es Jesucristo, el Señor mismo. En él la salvación no sólo está reali– zada y presente, sino también visible. En Cristo aparece visiblemente el Reino de Dios, es decir, la unión de Dios con la humanidad. El Concilio Vaticano II dice: " ...este Reino brilla ante los hombres en la palabra, en 1as obras y en la presencia de Cristo" (Lumen Gentium, 5). Cristo dejó Ia Iglesia en este mundo "como un sacramento, o sea sefial e instrumento de la íntima unión córt Dios y de la unidad de todo ( l) E. V,lga,nó, sd,b., "Nuestra vi da religí osa. frente al :Pl"üCf,;$.O dg se.cularizadóa;i 1', en '''l'estimonio'', 19'70, nº 10, p. 7.

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