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-- 194 - Desde mucho tiempo atrás la vida religiosa se desarrolla en formas ~xternas que la presentan como algo que pertenece a lo "sagrado", reli– gioso, cultual, litúrgico. Esto se expresa en las "casas religiosas", en el "santo hábito", en el trato que nos dan ("Padrecito", "Madrecita") por nuestra posición en la sociedad que nos mira como algo que pertenece a lo eclesiástico y cultual, por los privilegios eclesiásticos y civiles que nos consideran como personas sagradas, exentas de tareas profanas y te– rrenas. Pero el hombre de hoy, que pertenece a un mundo secularizado, es muy sensitivo para distinguir entre las actividades temporales-terrenas– profanas y las sagradas-religiosas-cultuales. Inmediatamente con;idera co– mo "clericalismo" cualquier abuso del poder sagrado sobre lo temporal y terreno. Por consiguiente, para que los religiosos sean signos en este mun– do secularizado, se exige una "desacralización" de la vida religiosa. Y de hecho, la vida religiosa no puede ser agregada en su totalidad al ámbito de lo "sagrado", en el sentido que se daba antiguamente a la palabra. Co– mo la vida religiosa no sea "vida angelical", debemos distinguir en ella ac– tividades "religiosas-sagradas" y otras "terrenas~profanas". De ahi sigue una exigencia: no toda la vida del religioso puede tener un carácter sa– grado, sino solamente lo religioso y cultual. Para que no se desvirtúe el misterio de la Encarnación, por el cual toda la creación pasó a participar de Dios a través de la Persona del Hombre-Dios Jesucristo, no es necesa– rio que lo terreno entre al ámbito de lo religioso y sagrado (cfr. Gaudium et Spes, 43). Tampoco existe una competencia entre lo religioso y lo profano. Más aun, el religioso no puede dar testimonio del Reino transcendente y escatológico sólo en el ámbito religioso y sagrado, sino que debe demos– trar también por sus actividades y forma de vida terrenas que el mundo está abierto hacia Dios. Pues el cristiano, al realizar sus tareas tempora– les, ofrece un sacrificio espiritual a Dios (1 Pe. 2/5; Rom. 12/1), realiza un acto cultual y sagrado. Además una vida religiosa totalmente sacrali– zada daría motivo a interpretaciones mágicas y supersticiosas. De todo esto se deduce que en la vida religiosa lo temporal y terreno debe permanecer temporal y terreno. Por hacer parte de un mundo secu– larizado y pluralista, debemos optar por cierta "desacralización" que hará nuestra vida religiosa más sencilla en el vivir y el trato, en la actitud frente a los demás y en el trabajo. Lo cual vale también ,en el modo de vestirse. Signo verdadero en el sentido que señalamos más arriba, no es el hábito del religioso sino su vida según los consejos evangélicos y su renuncia. Además, en nuestro mundo cada vez más pluralista. muchos hay que ya no entienden lo que se quer~a indicar con esta prenda : la consagración a Dios. Así el hábito religioso debe quedar sólo para los actos comunitarios y de carácter sagrado, mientras que en sus actividades tem– porales (tra'bajo, viajes etc.) el religioso vestirá como los demás o cómo sea más práctico para la tarea que desempeña.

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