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·- 193 - derarse como verdaderamente pobre. El camino a una pobreza evangélica más auténtica se abrirá por la creación de comunidades pequeñas, como lo muestran los experimentos ya hechos. En las pequeñas fraternidades; más o menos autónomas, se da aquella medida de inseguridad caracterís– tica de la gente humilde. Así, también respecto a la pobreza evangélica, volvemos a insistir en la formación de comunidades ohicas. Ellas no ne– cesitan casas grandes, pueden vivir en una habitación o casa pequeña que arrienden. Y las comunidades más grandes, que por ciertas tareas tienen que radicarse en un lugar, podrían fraccionarse en comunidades chicas. Así los religiosos podrían ser mejor "levadura en la masa". El estilo de vida pobre exige además una ascesis de consumo. El re– ligioso no debe ser dominado y determinado por un nivel de vida alto, si– no mar.cado por la sencillez y sobriedad. Siempre debe estar presente el trabajo como medio para ganarse la vida, como lo es para los laicos. El tra– bajo puede ser manual, intelectual, apostólico o caritativo, desempeñado mejor no en obras y organizaciones, propias sino de propiedad ajena. Mu– chos religiosos que sólo en ciertas horas del día están ocupados en tareas apostólicas o caritativas, podrían muy ,bien tomar un trabajo en otras ho– ras o ,para medio día. El trabajo y lo que ganan les ayudarán a "actualizar", cada 15 días o cada mes, su renuncia hecha por el voto de pobreza. Porque el religioso entregará todo su salario, cualquiera sea, a la comunidad sin exigir por ello excepciones o privilegios iaunque sea él el único que man– tenga toda la comunidad! Así podrá :renovar, de una manera muy real, su compromiso religioso. Pero el trabajo no tiene sólo la función de procurarnos el necesario sustento, sino que debe cons,iderarse como servicio de los demás, especial– mente de los más necesitados. De san F·rancisco sabemos que: estaba siem– pre preocupado de "no ser ladrón" frente a los pobres. Porque consideraba "robo" retener para sí mismo algo que no ne.cesitaba inmediatamente al encontrarse con uno más pobre que él. El veía bien claro que la poibreza evangélica debe estar al servicio de los demás. Recientes estudios demos– traron que, en la historia de la vida religosa, los religiosos muchas veces estaban conscientes de la función social de •su pobreza evangélica (5 ). Aca– so no es un signo de la presencia del Reino de Dios la liberación de todos los necesitados y oprimidos? Si con el producto de nuestro trabajo y de nuestra austeridad contribuimos a que disminuya la poibreza en el mundo y éste sea mejor y más humano, llevamos a los hombres a una µ¡:üón más estrecha, aminorando las divisiones sociales y haciendo así más pate:nte el Reino de Dios ya presente entre nosotros. ., Con lo que quede de los ingresos de la comunidad habrá que "dar limosna", pero en formas más modernas. Debemos romper· con la costum– bre de que el religioso está exento de las colectas eclesiásticas o públicas. En estas oportunidades (como en colectas para damnificados, para tal o cual Fundación etc.) debemos también aportar álgo. Así como ayudar en· proyectos locales o preocuparnos de grupos de personas que todavía no abarca la legislación social. Cada comunidad debería tener su propia ma– nera de invertir sus "excedentes", y así "árriontonarsé un· tesoro ·.en el cie– lo" (Mt. 6/20). (5) J.M,R. Tdilhard, "La Pau:vreté r,E.>ligieuse", E.>n "N::iuvelle Revue Tlhéolugiqlu,e", 92 (1·97,0), pp. 9-06-941.

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