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del universo sino por donación pura y no por necesidad interna. Antes de entrar en e-1 terreno de la fo teologal, tenemos el heciho de que Dios s,e nos abre en la creación (aunque indilr.ectamente cono– cido; o, tan solo Lntuido, presentido o vis.Iumbrado). De modo que Dios, antes de '.hablarnos por la Revelación, nos ha hablado por la creación y el hombre es– cucha (,sale al encuentro) cuando com– prende y acepta que la contingencia n0 es más que la repercusión, en sí mismo, del miste,rio de Dios. En segundo lugar, Dios sale ai 2n– cuentro del hombre de t_1na manera sin– gular. Se ha "des-v.ela,do" (quitado el ve– lo) y se ofrece gratuitamente p3.ra ha– cer ,con nosotros una •comunidad de vida. En la aurora misma de la humaiüdad, Dios nos hizo semejantes a El para vi– vir en comunión y Femejanza con El. Más tarde, la intención de todas sus in– tervenciones y la finalidad de las Alian– zas es profundizar en ,esta comunión y semejanza porque quiere vivir "en fa– milia" con ,el (hombre. En c1I interior ,d,e la oración Si el hombre responde afirmati,vamen– te a esta invitación de Dios, mediante la fe, ya estamos metidos en la comuni– dad divina, como compañeros de vida. La oración, de parte del hombre, es "éx-tasis", s•alirse de sí mismo, acepta!' la invitación de Dios, y p.rmundizar ili– mitada •e interminalblemente la intersub– jetividad ,e intimidad con el Dios que se nos ofrece como compañe,ro de vida. La oración es l,a f.e adu.alizada. La oración presupone un clima de hogar. La Escritura explica esta reali– dad con expresiones -como "iha!bifa.r con nosotros" (Jn. 1, 14), "haremos man– sión en él" (Jn. 14, 23), expres].ones muy hogareñas, todas ellas, que evoca-:i. la intimidad con ciertos matkes -come calor, gozo, confianza, ternura, cosa parecida al hecho de sentirse en el in– terior de una familia. En este clima es donde nace y crece la intersubjetividad con Dios. O sea, la oración es un vivir Ja relación interper– sonal enwe dos sujetos (Dios y el hom– bre), vuelto el uno hada el otro, en cuanto interioridad. -27- Dios nos ha haiblado, pues, de perso– na a ¡persona. Así, pues, nos podemos encontrar con Dios lo mismo que un homlbre se encuentra ,con otro hombre, en apertura y diálogo, llenos de con– fianza. Dios hahla personalmente al hom'br,e y el hombre responde personal– mente. Ya estamos plenamente metidos en el mundo de la oración. "En espirHu y verdad" (Jn. 4, 22 ss.) Ningún ,camino más seguro para lle– gar a1 Fadre que el mismo Jesucristo. Tras ,El i,remos. Hemos tratado torpemente de tradu– cir la sensación de encuentro. J esú:, nos da la fórmula ,espléndida: "Créeme, mu– jer, ha llegado la hora en que ni en la montaña de Garizim ni en ·el templo de Jerusalén adoraréis al Padre sino en es– píritu y verdad" (Jn. 4, 22 ss.). Y más tarde lo reafirma de nuevo: "Dios es es– píritu, y los que lo adoran, es preciso que lo adoren en espíritu y verdad" ( J n. 4, 24 SS.). Silencio i-ntcrior Para "ponerse ,en espíritu" es in.dis– pensa.ble el silencio inte~ior. Jesús nos da su fórmula y receta: "Tú, •cu.ando va– yas a orar, entra en tu aposento interior; derra las puertas, después ha 1 b1'a a tu Padre que está allí en lo secreto" (Mt. 6, 6). Igual que san Juan de la Cruz, prefiero interpretar estas palabras -en sentido figurado. "Entra en tu aposento interio,r". La "salida" del hombre para el encuentro con Dios es, para:do1almente, un avan– zar al interior de sí mismo, has ta sus últimas profundtdades. Hay que tocar fondo y sólo entonces nos encontrare– mos ,con Aquel que es "interior íntimo meo" (.san Agustín). "Cierra las puertas". El hombre tiene que desentenderse no del mundo exte– rior, que eso es fácil, sino de ese otro mundo iinterior, casi siempre turbulen– to e incontrolable. San Juan de la Cruz y Santa Teresa hablan constantemente de las dificulta– des, casi invencibles, para lograr esa ".soledad sonora", clima y condidón indis.pensaibles para la ",cena que recr,ea y enamora" (32). Se trata de la desintegración interior, d:e la que tanto halbla la psicología. ¿,En
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