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-- 107 - amor evangélico encuentra en el otro al hermano, y es hermano porque se ha– lla emparentado en Dios. Y la fraterni– dad evangélica, como realidad radical– mente sobrenatural. ,en el terreno de estas leyes deberá liibrar la gran bata– lla de la muerite para la vida. Los her– manos deberán estar muriendo a las fuerzas instintivas de simpatía o repul– sa para a,coger a los herma.nos tales co– mo son. Hemos dicho la palabra : acoger. Efec– tivamente , "a,coger" es la palabra que, a mi entender, aharca y agota el ,con– tenido de la palabra "amar". Acoger significa dar al otro un lugar en mi in– terior, esté o no en sintonía con mi psi– cología profunda. Acoger significa con– siderar a:l hermano como un regalo que el Señor Dios me lo ha dado a mí, y ale– grarme de su existenrcia, reconocerla como positiva y celebrarla (6). Acoger significa, finalmente, aceptar la reali– dad concreta de ese hermano y abrirme a él en forma de servido, atención, es– tima, esümulo. Eistas son las exigencias del amor. Y esto significa dar la vtda por los her– manos. Es cierto que a algunos les ha tocado en suerte una naturaleza extraordina– riamente armoniosa. Han nacido así y sin el menor esfuerzo sintonizan con todo el mundo. Pero, para la inmensa mayoría, amar evangélicamente les significará violentar las fuerza:s ins•tin– tivas de acción y reacción, de inclina– ción hacia el egoí,sa:no. El Evangelio pone el morir como ,con– dición para vivir. "•El que ama su vida, la perderá" (Jn. 12, 25). En el Evange– lio como en la psiquiatría, el que se ama a sí mismo, y sólo a sí mismo per– manece en la muerte y en la esterili– dad, igual que Narciso que murió ah<?– gado al caerse al estanque por tanto mi– rarse y admirarse a sí mismo. E,s un trágico símbolo (7). "El que odia su vi– da, la ganará" (Jn. 12, 25). El que es. capaz de morirse para darse, ya es~á en la .6rbita de la vida y de la fecundidad, iO"ual que el grano de trigo que se con– v~rtirá en un hermoso tallo sólo cuan- do cumpla la condición de morir en el seno oscuro de la tierra. La resurrec– ción no es secuencia sino consecuencia de la muerte de Jesús : la única fuen– te de donde puede nacer la resurrec– ción es pJ:>ecisamente la muerte de Jesús (Flp. 2, 5-12). Y por esta línea, Juan señala el ca– rácter pascual de la jrateirnidad : "Noso– tros sabemos que hemos pasado de la mueJ'te a la vida porque amamos a nues– t:ms hermanos" (1 Jn. 3, 14), ya que amar es un incesante pasar de la muer– te de sí mismo a la vida de los herma– nos. Otra cosa que la amistad Puede ha 1 ber una verdadera frater-• nidad sin que necesariamente haya eso que yo Hamo "feliz armonía". Podrían los hermanos estar inc-esantemente dán– dose la vida los unos por los otros, y podría ocurrir que nunca llegaran a ser entrañablemente amigos. Y a la inversa : en un club de viejos ami,gos puede que haya esa "feliz ar– monía", una camaradería magnífica. Sin embargo, seguramente, allí no hay fraternidad evangélica Los motivos por los que se han jun– tado y cCl'Ilviven los miemíbros de una fraternidad no son espontáneos, como en el caso de los esposos o de los ami– gos. Nosotros nos hemos juntado sin conocernos, sin consanguinidad, y po– siblemente sin ad:inidaid. Nos hemos juntado porque creemos y amamos a Jesucristo, y El nos dió el ej,em.rplo y el precepto del amor mútuo (8). Es cierto que la fraternidad es tam– bién una realidad humana con sus le– yes psíquicas y .sociales; pero tendre– mos que recordarnos que la frarternidad no se genera fundamentalmente en esas tertulias en que corren a la par las copas de whisky y los ,chistes. Primordialmen– te es up.a realidad que está cimentada, en su última referencia, en Jesucristo·. Somos otra cosa, y algo má:s, que ami– gos o camaradas.
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