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-106- (Jn. 20, 17). Son las palabras que "ca– nonizan" y fundamentan la experien– cia fraterna viv:üda por Jesús y los su– yos en los días de 1a evangelización. 6) San Francisco, dejando de lado otras fol'mas de vida relígosa, copió el LA EXIGEiNCIA RADICAL Vamos a avanzar hacia el misterio profundo de la fraternidad. Y para ello comencemos por desentrañar el conte– nido central del amor. El Apóstol Juan, buen psicólogo ade– más de teó,logo, siente no sé qué reser– vas f,rente a la palabra amor. Sa:be que es una palabra equívoca; sabe que pue– de esconder las resonancias más con– tradictorias y qUJe se presta a emociones estériles: "iCuidado, hijos míos! no ame– mos con palaibras o frases sino con obras y de vel'dad" (1 Jn. 3, 18). Pero ¿cómo .amar? Juan responde: ''El dió su vida por nosotros y nosotros debemos dar la vida por nuestros her– manos" (1 Jn. 3, 16). Un amor exigen– te y concreto dentro de la ley de la re– nuncia y de la muer,te. Juan, ,con esas palabras, desciende al corazón mismo de la vida y toca el fondo del misterio úlrtimo del amor, y da la definición ra– dical y verdadera del atmor. mar la vida! No se trata de dar algo, por ejemplo un regalo, una limosna. Se trata de darnos. Y para darnos, tenemos que desprendernos. Y todo desprendi– miento env:uelv,e un sentido de muerte. Para Juan, amar es igual a mori,r. Mo– rirnos para darnos. Por ejemplo, para poder dar mi piel, anteriormente tengo que desprenderla de mí. En una pala– bra, aquí se trata de dar algo que está vitalmente adherido ("imerido", más bien) a la per:sona. · Con esta aJclaración en la mano ba– jemos aihora a la arena de la vida. Para darme en forma de comprensión a este hermano, flagrantemente incomprensi– ble, tendré que negarme a mí mismo (Mt. · 16, 24), violentarme (Mt. 11, 12) en la repugnancia que me causa, y "re- género de vida fraterna de Jesús y los ~oce_ ~3). :•~an Francisco fundó por ins– pirac10n d1vma una forma de vida evan– gélica que fue Fraternidad. Al profesar nosot 7 os_ esa forma de vida, quedamos constrtmdos en verdadera Orden de hermanos" (4). " DAR LA VIDA " (1 Jn. 3, 16) galarme" en forma de comprensión. Pa– ra darme en forma de perdón - don de los dones - a este hermano que me ha lastimado profundamente, tendré que llevar la muerte a 1os instintos de re– presalia, ahogar los resentimientos ol– vidar las heridas, y luego entreg;r lo que más me cuesta : el perdón. Siem– pre habrá un desprenderse para darse. Sobre todo tendré que desarrollar la ley de la negación y de la muerte en ese mundo de Las leyes de la afinida,d y de la repulsa : un mundo incornparable– mente complejo e imponderable. ¿Có– mo llamarlo? ¿Parentesco ,espiritual? ¿,Si;n,tonía psfqutca? Los psicólogos ha– blan de "estar en las mismas armóni– cas". Es lo que suele decir la gente : "Este me gusta y no sé porqué"; "Aquel no me gUJsta y no sé por qué". Se trata de fue•rzas subjetivas e indefinibles que hunden definitivamente sus ,raíces en el oscuro mundo de la vida inconsdente. Es ese "no sé qué", por el que éstos ,dos se entienden y sie ,compenetran sin es– fuerzo, y aquéllos d~s nunca llegan a ensamblarse aunque vivan juntos mu– chos años (5). Ese "desafino" de las personas, unas respecto de las otras, se hace presente desde el primer encuentro: "Me ha caí– do mal"; ¡'Me ha caído bien". Después, a través de la convivencia esas fuerzas tienden a concretizarse en amistad si son fuerzas de atfinidad; y. las otras, en rupturas y hostilidades. Aquí está la diferencia entre el .amor evangélico y el amor humano. El amor de amistad se origina de una "sim-pa– tía" subya:cente y preexistente en los dos; se enicuentran con que están "en las mismas armónicas". En cambio, el
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