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-202- en los estudios secundarios y universitarios, buscando, naturalmente, la "utili– dad" de la ·candidata para los compomisos de la congregación. En este frené– tico ambiente de estudios se hacía un "ínterim", un pequeño respiro que era el año del noviciado, pero sin perder de vista y dentro de la obsesión general de los estudios. Durante este larguísimo período de estudios secundarios y universita– rios, en el alma de la mayoría de estas jóvenes hermanas languidecía o fallecía completamente el sentido de Dios, aquella ilusión primera por Jesucristo; la vi– da interior quedaba disuelta, ellas quedaban dominadas por una terrible disper– sión interior, adquirían criterios y costumbres mundanas, más mundanas que cuando estaban en el mundo y, por supuesto, el sentido de su proyecto de vida religiosa quedaba volatilizado. Ahora bien; a la mayoría de las jóvenes, la sacudida postconciliar las to– mó en esta situación. ¿Qué habría de acontecer? En muchas provincias, las her– manas que tenían menos de cuarenta años y tenían su título y un "modus vivendi" se fueron olímpicamente, con aires de triunfo y mirando de menos a las que quedaban. Una madre general me decía: siento espanto cuando una hermana me llega con el título universitario; casi seguro que al día siguiente me pedirá la dispensa de votos. En algunas congregaciones ha sido y es todavía tal la sicosis de estudios que, terminada una carrera, comienzan otra; dejan ésta a medio ter– minar y luego optan por otra. Muchas hermanas me informaban también de lo siguiente. Las responsa– bles de las congregaciones han optado en estos últimos años por que las herma– nas realicen estudios eclesiásticos: filosofía, teología, exégesis. Los resultados han sido tan desastrosos como en el caso anterior: confusión, rebeldía y, final– mente, abandono. Muchas superioras mayores me decían: nos hemos quedado con un "pe– queño resto", pero hemos aprendido muchas lecciones de vida. Sin embargo desde esas mismas ruinas desoladas comienza a brotar la llama de una reacción admirable. Se han reabierto todos los noviciados, de los cuales casi todos habían estado clausurados durante los dos o tres últimos años. Hoy día no hay congregación que no tenga su buen grupo de aspirantes y de no– vicias. Los fracasos pasados han dejado buenas enseñanzas. Las responsables ya no buscan en ellas la "utilidad", y los criterios de formación han tenido un gran vuelco. Una buena parte de las hermanas responsables sienten una viva convic– ción en el sentido de que, en los años de la formación, no se tiene que enfati– zar en el aspecto de los estudios, sean civiles o eclesiásticos, ni siquiera en el as– pecto de una preparación o especialización para catequesis u otros apostolados. Formarse no es estudiar. Están convencidas de que las formandas tienen que ad– quirir una gran consistencia interior mediante una fuerte experimentación en la comunicación con Dios, y mediante una vivencia inmediata, personal y pro– funda con Jesucristo y en Jesucristo. Formar para la vida religiosa significa, primeramente, que las jóven,es queden marcadas para el resto de sus vidas por la Presencia viva y experimentada de Dios. Así, con humildad y esperanza, se reemprende la ruta de la reconstrucción.

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