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110- femeninos, con finalidades concretas y especializadas, fue el siglo XIX. Y es interesante que coincidiera con el período en que los hijos de san Francisco de la "Primera Orden" andaban dispersos fuera de los conventos, numéricamente reducidos, casi sin esperanza de sobrevivir en medio de una sociedad que se los sacudía como "parásitos". Causa admiración la fe de aquellos "fundadores" y "cofundadores" que tuvieron la intuición de la actualidad del carisma franciscano en ese momento histórico, en que los regímenes liberales, hasta por cálculo capitalista, dejaban sin instrucción y sin asistencia al proletariado que se aglomeraba en torno a los núcleos industriales. Nacía una nueva sociedad. Al origen encontramos unas veces a la "mujer fuerte", que se siente llamada a una misión y logra que otras compartan el mismo ideal. Es la funda– dora; a su lado el "cofundador", entrado en el mismo radio de acción, aporta consejo y garantía de consistencia institucional. Otras veces la iniciativa parte de un fundador -un hijo de san Francisco, un sacerdote terciario-, que hace entrar en sus planes a una mujer abnegada -la cojundadora- o a un grupo de colaboradoras. (7) El despliegue de los institutos de denominación franciscana es enorme en nuestros días, y su presencia es notable también en las iglesias protestantes. El número total de religiosas franciscanas de vida activa se calcula en unas 170.000. La crisis actual. Causas y posible rumbo La crisis general de la vida religiosa está afectando en forma más pro– funda y de más difícil terapia a los institutos femeninos. ¿Causas? Son muy complejas. Me contento con insinuar algunas de orden interno. a) La inautenticidad de muchas vocaciones. En general se había puesto la mira, como valor supremo, en la eficacia del Instituto, por la tanto en las obras. Para ello era necesario número y capacitación. Ambas cosas se lograban sin dificultad reclutando jovencitas en los propios colegios y, cuando no, llenando los aspirantados de niñas buscadas en las aldeas. De momento el éxito fue seductor: esas niñas se sentían promocionadas; recibían una formación, incluso profesional y universitaria, a la medida de las necesidades y de las ambiciones del Instituto; y, lo que no era menos de estimar, esas adolescentes, a favor de la receptividad femenina, se dejaban modelar y uniformar sin resistencia, sobre todo en el noviciado, en su mentalidad y en sus sentimientos. La pedagogía religiosa en uso iba enderezada a esa docilidad eficiente. Y se rivalizó en cons– truir noviciados y juniorados a cual más grandioso. Mientras fue posible una disciplina interna centralizada y una obediencia de ejecución, el sistema tuvo éxito, yo diría que aun en la respuesta generosa y feliz de las hermanas; se sentían realizadas espiritual y socialmente. Pero sobrevenida la actual revisión, cuyo proceso se había iniciado ya antes del Vaticano II, en el que adquirió, en ciertos aspectos, el refrendo de su legiti– midad, ha quedado al descubierto lo que había de artificial en aquella estruc– tura. La misma promoción intelectual y profesional de las religiosas, por cuenta del Instituto, es una de las causas más importantes. El descenso espiritual, la contestación, el ansia de afirmar la propia personalidad, la reacción contra todo lo que tenga visos ele instrumentalizar al individuo en bien de la institución, el aseglaramiento ... , son hoy el resultado (7) Cfr. R. HOSTIE, o. c., p. 38-47.

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