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- 109 cibida, cuando no contra situaciones de hecho y susceptibilidades personales difíciles de remover. Por fortuna, esos valores franciscanos han quedado avala– dos por las orientaciones, nada ambiguas, del Vaticano ll. 5.-Ambientes acogedores, en que se respire pobreza, sencillez, inti– midad de familia. Se ha iniciado ya con éxito el proceso del éxodo de las aglomeraciones urbanas hacia el "desierto" periférico. Las pesadas e inhabita– bles construcciones antiguas -hoy antifranciscanas y antisociales por su mo– numentalidad y por el área que ocupan, además de inadecuadas para una vida de retiro y de paz en medio del tráfico de la calle y del agobio de altos edificios en derredor- van siendo abandonadas, y con el producto de la venta surgen nuevos ambientes, sanos corporal y espiritualmente, en lugares más accesibles a la gente que busca un oasis de serenidad para el espíritu. 6.- Finalmente, una afirmación madura y cristiana de la identidad fe– menina. Es de esperar que, a medida que se eleve el nivel de la formación de las religiosas, se verán menos expuestas las comunidades contemplativas a los dos escollos en que suele naufragar dicha identidad: la excesiva ingerencia mas– culina externa, fuente muchas veces de desazones internas en la fraternidad, y la ñoñez meticulosa y sensiblera, en que suele dar fácilmente el grupo mujeril dejado a su suerte, cuando falta una grande personalidad femenina que abra horizontes a sus hermanas. Pienso que esta amplia y robusta presencia feme– nina, sin afectaciones alambicadas, es una de las condiciones humanas para que vuelvan a cuajar las vocaciones que Dios ha de seguir enviando. Pero es un camino nada fácil para las comunidades claustrales. Jean Leclercq ha escrito un notable libro titulado: ¿Tt'enen un porvenir los monjes y las monjas? y en él hay un capítulo encabezado con esta otra pregunta: Las contemplativas ¿son capaces de gobernarse a sí mismas? (6). El interrogante queda en el aire. La legislación canónica sigue todavía considerando a la mujer consagrada, y más a la de clausura, como menor de edad. Pero la causa, ¿está ~ólo en la tendencia masculina a dirigir a la mujer como a ser incompleto, o tendrá también su parte la innata propensión de la mujer a abandonarse a la autoridad y a la iniciativa del hombre, como asimismo a ser ejecutora de normas precísas y claras, que le ahorren la angustia de tener que tomar decisiones rcspDnsables? 3. Las Congregaciones franciscanas femeni'1zas La versión femenina del franciscanismo no pudo tener en el siglo XIII otra fórmula que la de la vida de clausura. La "esposa de Cristo" era, para la Iglesia medieval, un tesoro frágil que había que proteger y había que rodear de misterio. Todos los intentos subsiguientes, hasta el siglo XVII, de formar congregaciones femeninas de la "Orden de Penitencia", destinadas a servir al pueblo de Dios en sus necesidades, terminaron, por intervención de la jerarquía, en nuevas formas de vida claustral. En la Edad Moderna la autoridad eclesiástica se fue haciendo más rea– lista, sobre todo después de la experiencia convincente de las Hijas de la Ca– ridad en el siglo XVII. Y poco a poco el espíritu franciscano fue informando gran número de iniciativas de caridad y de acción social, que reclamaban do– nación, amor desinteresado, sentido de servicio abnegado, condiciones que sólo puede ofrecer la mujer consagrada. El siglo de oro de la floración de institutos (6) J. LECLERCQ, Moines et moniales ont-ils un avenir? Bruxelles 1971, cap. IV, p. 142-172.
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