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- 107 - Clara tuvo as1m1smo gran empeño en asegurar la unión con los Minis– tros y los hermanos de la Orden de Menores como garantía de la fidelidad a la común vocación evangélica. Y esto no sólo por esa tendencia innata en toda mujer a buscar, en sus decisiones responsables, la orientación y la protección del hombre, sino para prevenir otras influencias y otras intromisiones mascu– linas de signo diferente. Una de las constataciones históricas más tristes, es la facilidad con que comunidades enteras de monjas de clausura han cambiado de Regla y de deno• minación a merced del religioso o prelado que lograba ascendiente con ellas, o quizás sólo con la superiora. Estado actual de las franciscanas contemplativas. Todavía hoy forman las monjas franciscanas el sector más numeroso entre las Ordenes contemplativas. Suman más de 22.000 entre clarisas de di– versas denominaciones, concepcionistas y terciarias regulares. Y los países más favorecidos son los de lengua española. Fuera de algunas zonas, como México, donde las vocaciones abundan y proliferan las fundaciones, el porvenir numérico en general es inquietante. Por falta de nuevas levas, escasea la juventud en los monasterios, es de día en día más alta la edad media ele las profesas y, en muchos casos, no queda sino la perspectiva deprimente de la extinción en un plazo más o menos próximo. Las buenas monjas, preocupadas ante todo de la sobrevivencia del mo– nasterio, oran esperanzadas y están al atisbo de cualquier soltera que se inte,. resa por la vida religiosa. Tratan de buscar la causa de la falta de vocaciones bien en la falta ele santidad de ellas -"no las merecemos"-, bien en la falta de interés de los sacerdotes que deberían "traerles vocaciones", bien en la superficialidad y ansia de goce de la juventud de nuestra sociedad "descris– tianizada". En realidad, ya sabemos, se trata de la crisis general, cuyo sentido his• tórico, es decir, providencial, no es fácil todavía precisar. En estos últimos años se ha observado en algunas naciones un nuevo interés por la vida contem– plativa entre la juventud y, precisamente, en los ambientes de la nueva cultura urbanística, que es la que informará la sociedad del fututro. La llamada del Concilio a la "renovación y adaptación" ha encontrado eco en las comunidades claustrales. Muchas ele ellas han entrado tan de lleno en la renovación litúrgica, que ha sido para las religiosas como el descubrimien– to de una riqueza espiritual ignorada, un agente valioso de la conciencia co– munitaria y de la compenetración fraterna. Pero, además de ese beneficio ha– cia adentro, el testimonio litúrgico se va convirtiendo en un medio de irradia– ción hacia afuera y de fermento de renovación cristiana. Conozco buen nume– ro de monasterios que han debido adaptar las dependencias externas para po– der acoger a grupos de fieles, sobre todo jóvenes de ambos sexos, aue se sien– ten atraídos hacia esos remansos de quietud y de oroción que son los conven– tos contemplativos. Y hay indicios de que esto irá en aumento. El fenómeno Taizé y otras manifestaciones bien conocidas están diciendo que la insatisfac– ción de la juventud en la sociedad de consumo tiene, en un gran sector, una vertiente cristiana muy prometedora: la experiencia de la oración. Más lenta va la renovación en otros aspectos. Por ejemplo, el de la pobreza. No es que las hijas de santa Clara no amen y practiquen la pobreza. Conozco a las Clarisas Capuchinas de Italia, de España, de México. de Sud– américa, y puedo afirmar que no es posible llegar a más en punto a limitar al

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