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bien indulgenciadas, que, por lo mismo, se componían preferentemente de mu– jeres que ya eran "buenas" o que no estaban en edad de grandes aspiraciones evangélicas. Creo, y es idea personal mía, que deberían desaparecer las hermandades separadas de hombres y mujeres. El ideal sería que la familia entera formara patte, como tal, de la Fraternidad Franciscana Seglar, y que las reuniones y actos religiosos fueran de grupos familiares más que de individuos. Lo requiere el carácter mismo de compromiso secular de la Orden de Penitencia. La mujer terciaria lo ha de ser, sobre todo, en el seno de la familia, en el vecindario, en su puesto de trabajo profesional, dando a entender con su coherencia cristiana que la profesión de una Regla comunica algo diferente a su vida. El Concilio tiene un saludo especial y un estímulo para las mujeres solitarias, cuya vocación de entrega es muy necesaria en la sociedad de hoy. (11) La Fraternidad Franciscana Seglar debería ser maestra en el arte de dar sentido de plenitud y de acción apostólica a la soltería forzada o voluntaria, lo mismo que a la viudez. Los institutos seculares abren hoy nuevas formas de consagrac1011, a veces temporal, y de compromiso cristiano, en que la mujer puede hallar cauces legítimos para la realización de su espíritu franciscano en el mundo. "Yo, juntamente con mis hermanas, fuí siempre solícita de guardar la santa pobreza que prometimos a Dios y al bienaventurado Francisco," (Testamento de Clara) (11) Mensaje a las Mujeres, ed. cit., p. 842.
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