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- 111 - doloroso del rumbo que se había tomado. Y, como consecuencia, los abandonos, a veces por grupos. Conozco un Instituto de fundación reciente, no franciscano, que incurrió y persiste todavía en semejante inflacionismo numérico; en los seis últimos años ha tenido setenta abandonos contra sesenta ingresos. b) Falta de una personalidad espiritual coherente. La mujer es unitaria; va toda en la misma dirección lo mismo para el bien que para el mal. Al revés del hombre, que suele salvar las situaciones usando de cierta diplomacia consigo mismo. En la religiosa no cabe una crisis de identidad comunitaria o afectiva, que no se convierta luego en crisis de vocación y aun en crisis de fe. Quien haya tratado en estos años casos de religiosas jóvenes en crisis, se habrá dado cuenta de esta verdad. Pero, además, la mujer es sumamente sensible a los fac• tares ele ambiente. En ocasiones ha bastado un cursillo de un sacerdote, con aureola de sociólogo o de psicoanalista, para poner en crisis de identidad a todo un auditorio juvenil. "Es como si toda mi vida, desde los doce años -me decía una joven religiosa-, no la hubiera vivido yo, sino otra persona. Esa vida, hecha para mí por otros, me hacía feliz. ¡ Por fin me he descubierto a mí misma!" Es la sensación de muchas religiosas en crisis de vocación. Es que a esa vida, que de buenas a primeras aparece como vacía y hasta absurda, le ha faltado preci· samente la autenticidad, es decir, la base de la fe y de la experiencia personal de los valores de fe, le ha faltado renuncia, respuesta personal a una llamada divma escuchada en un momento dado de la vida. Ha faltado experiencia es– piritual, que es la que comunica coherencia y personalidad a la mujer en pose– sión de un ideal cristiano. e) Secularización mal entendida. El hecho de la secularización no puede ignorarse; es un proceso histórico irreversible. Pero, en la vida religiosa, "se– cularización" no significa para muchos otra cosa que liberación, abandono de la propia identidad, complejo de sentirse diferentes no sólo en el modo de vestir o de vivir, sino aun en el modo de sentir y de pensar; se quiere "ser como todo el mundo", y nada más. Y como para la mujer son de importancia primordial los problemas relacionados con la indumentaria, hay Institutos que no acaban de seguir introduciendo nuevos cambios en el hábito, siempre hacia una línea que favorezca a las más jóvenes y exija mayor sacrificio a las mayores, acostumbradas antes a encubrir la huella de los años. Aun cuando no se exprese, esta resistencia de la juventud a dejar de serlo -fuera también ser joven es hoy una opción social, un privilegio que se quisiera prolongar lo más posible- y de la ancianidad a aceptarse a sí misma, está siendo causa de silenciosas tensiones. La verdadera secularización es encarnación en la realidad ambiente, no para confundirse con ella, sino para ser, como corresponde al Reino por el cual nos hemos comprometido, levadura transformante, presencia profética, signo de contradicción. Y esto no se logra tanto con el modo diferente de vestir cuanto por el modo diferente de ser. d) ¿También le reivindicación feminista? Sin duda. No es todo snobismo lo que hay en ese afán de afirmar la mayor edad de la mujer consagrada, que que se refleja en la actitud de muchas religiosas y que ha tenido su expresión explosiva en el libro de Marléne Tuininga, en especial en su capítulo titulado: La Iglesia, esa madre tan masculina (8). También por lo que hace a las religio– sas de vida activa deberá sufrir una decidida transformación la legislación canónica. (8) Marléne TUININGA, Las Religiosas, Barcelona 1970.

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