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-118- pre hubo hombres que propagaron ideales religiosos y éticos muy superio– res al nivel p.1edio de los creyentes. Al reconocer oficialmente estos movi– mientos car,smáticos, la Iglesia dió a luz a las distintas Ordenes religio 0 sas. Y la Iglesia ,logró no sólo incorporarlos dentro ide su p,ropia estruc– tura, sino también encargarles obras propiamente in:stiitucionales~' (2). Debido a la fuerte centralización ejercida desde las altas esferas jerárquicas. ,iempre en procura de una segura uniformidad, a los religio– sos se les había identificado con los clérigos, y a los clérigos con los re– ligiosos. Hasta nuestros días, las normas de formación emanadas de la Santa Sede se dirigían indistintamente a los sacerdotes diocesanos y a los sacerdotes religiosos. "El proceso de clericalización influyó también poderosamente en el seno de las Ordenes y Congregaciones religiosas, llegando a veces a modificar sus estructuras propias y esenciales. Al pro– ceso de clericalización !tuvieron que someterse 1todos los institutos no es• tricta y exclusivamente clericales" (3). Confusión y pérdida de "identidad" Este proceso clericalizante contribuyó en gran medida a la crisis de identidad existente en todas las familias religiosas. Y me atrevo a de– cir que también contribuyó a la crisis actual de identidad de los "curas'', porque muchos rasgos típicos de una vocación carismática se han agre– gado a la fisonomía y espiritualidad de los sacerdotes diocesanos. La ''carrera eclesiástica", obligatoria indistintamente para clérigos religiosos y clérigos diocesanos, era una organización piramidal. En fa cúspide de esa pirámide estaba el sacerdocio como la meta más alta y el ideal supremo. Inevitablemente, y sin darnos cuenta, nacía y crecía en el subconsciente del religioso una dualidad vocacional, una yuxtaposición de dos planos vocacionales: la vocación religiosa con sus propios valor,es, y la vocación sacerdotal con sus propios valores. De ~h1, sin pretender, se originaba una jerar,quía antitética de va– lores: los valorPs clericales-sacerdotales mantenían prevalencia, mientras los valores ":·cligiosos" eran postergados a un segundo plano. Y así te– níamos qve ia vocación religiosa quedaba solucionada y culminada en el noviciado Pero ahora tenemos que seguir escalando la pirámide du~ rante tres aüos de filosofía y cuatro de teología, hacia la meta suprema que es el sacerdocio. En el interior· de estos hechos se escondía sutilmente una verda– dera subestimación de la vocación religiosa. En el fondo teníamos la im– presión de que la vocación religiosa no tenía suficiente categoría o peso, no tenía v'.:1.lor en sí mismo, y necesitaba ser apoyada, completada y re– dondeada con el sacerdocio. En esa. "carrera" todo el que "podía'', tenía que seguir escalando la carrera; los q,ue "no podían" quedaban en esca– lafón infe,ior, de simple religioso. De ahí se originaban los "clasismos" en nuestras cas~s: el "lego", el "corista", el "padre", según la proximidad o lejanía del sacerdocio. (2) 0.fr. Osmund Schreuder, "lnst:tución y C:16,m:1" :>n Cuadernos Franciscanos de Renovacfon, 2. (junio de 1968), pp. 12·7-147. Ei subray::ido es nu2stro. (3) Cfr. Gui!:hcrme ,Baraúna, "La promoción humana y cristiana de los h::-rmanos no cJ.érigos d2 h'.: 1 y y .mafüma", en Cuadernos Franciscanos de Renovación, 5 (marzo de 19·69), ,pp. 29-30.
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