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- 126 -- nio profético de pobreza". Y a los Capuchinos también, en el Capitulo extraordinario, les dijo: "La pobreza es vuestra fuerza y vuestra digni– dad". No cabe duda de que estas insistencias cobran particular urgencia y actualidad para los franciscanos de América Latina. San Fran2isco no contemporizó con los ricos ni con las riquezas: quiso vivir la pobreza clara y transparente de los que día a día quieren ganarse el p:rn; e impuso la misma exigencia como condición preliminar a todos los que querían seguir su forma de vida. Rechazó terminante– mente todo tipo de riqueza, tanto la propiedad de bienes raíces (riqueza de los nobles) como la propiedad y el uso del dinero (riqueza de los bur– gueses). Sus hermanos no podían "apropiarse ni casa, ni lugar ni alguna co~a (2 Regla. 6) y debían "contentarse con tener qué comer y con qué cubrirse" (1 Regla, 9). Francisco no admitía ninguna excer)Ción a esta regla absoluta, sa:vo las impuestas por la ley del trabajo: los hermanos "puedan ter,er las herramientas e instrumentos necesarios para su traba– jo" (1 Regle,, 7). El trabajo era la única fuente de sustento y cuando no alcanzaba para alimentar a todos, no existía otro recurso que la men– dicación. Para realizar nuestro apostolado esencial -"vivir la pobreza y hu– mildad y el Santo Evangelio que firmemente prometimos" - y para se– cundar los llamados de nuestros obispos, proponemos los siguientes puntos. "Desinstalarnos": debemos aceptar con gusto los signos de los tiempos, y con espíritu de provisoriedad buscar respuestas a los nuevos interrogan– tes. Renunciar a la seguridad que daban las formas antiguas, para meterse en el mundo incierto de las nuevas experiencias. Desinstalarse significa la conversión o penitencia evangélica: es decir, renunciar a las acomodaciones introducidas por el egoísmo dentro de no– sotros, y "salir'' a la Pascua de la libertad, disponibilidad y amor. Renuncia a los bienes p 1 atrimoniales: como grupo social pertenece– mos a la clase de "propietarios". Vivimos en conventos que dan sensación de estabilidad y poder. Vivimos en barrios burgueses. Si vivimos en am– biente burgués, tendremos mentalidad y estilo burgueses; como consecuen– cia quedamos incorporados a una clase determinada. Hay más. Los francis– canos vinieron a América junto a los conquistadores, y siempre han apa– recido ligados a las clases dirigentes y pudientes, a los ojos de los pobres y marginados. Se impone la renuncia a nuestras herencias patrimoniales. Se impo– ne también la renuncia a nuestras estructuras propias, llámense institu– ciones apostólicas, parroquias, para insertarnos en instituciones de la Igle– sia, del :f:stado, o particulares, para no ser patrones sino "menores". Renuncia a ,cualquier privHegio que nos viene del· carácter clerical (exención de impuestos, hacer "colas" en las oficinas); en caso de enfer– medad acud'ir a la Asistencia Pública, igual a_ue los pobres. Sólo experi– mentándola en nuestra vida, participaremos de la suerte real de los po– bres. Renuncia a las e~tructuras monacales: nadie desconoce la mutación operada en la Orden a poco de morir san Francisco: aquellos hermanos pe-

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