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-46- Buenaventura pondrá de relieve más de una vez, al hablar de las virtudes del santo, esa "admirable ternura de com– pasión" con que se aproximaba a cual– quiera que veía atribulado. Poseía una innata clemencia, la cual venía duplicada por la piedad de Cristo infundida sobre– naturalmente" (16). Refiriendo la bondad usada por Francisco para con un herma– no apesadumbrado, añade por su cuenta al relato de Celano: "Lo llamó a su lado dulcemente el piadoso Padre" (17). A la mansedumbre y dulzura unía san Francisco la alegría. Y Buenaventura h,1- ce referencia frecuente a esa alegría del Espíritu Santo .que tenía como base un natural abierto al gozo y un corazón sen– cillo y puro. Lo describe "regocijado eil. el espíritu", "lleno de gozo", "colmado q\;! una alegría desbordante", "cantando ju– bilosamente", "sin poder contener el tfb· zo indecible"... (18). Y en Legenda minar resume en estos términos aquella como posesión del gozo, que no contrastaba con el don de lágrimas del Santo: "En medio de los torrentes de lágri– mas, se hallaba lleno de serenidad en el espíritu y \;!n el rostro, por efecto de la alegría, a proporción de la limpidez de su conciencia pura, que de su alma se des– bordada sin cesar hacia Dios y se mani– festaba con exultación en todo lo que ha– cía" (19). Hay otra cualidad, base humana de aquella disponibilidad para la acción di– vina, que es uno de los caracteres centra– les de la espiritualidad de san Francisco: la generosidad y prontitud de ánimo. Buenaventura la hace destacar, y la re– laciona con la liberalidad de los años mozos. Francisco aparece "lleno de con~ fianza", "empujado siempre hacia mayo– res metas", "reprendiéndose a sí mismo de pusilanimidad y cobardía", "animoso en seguir lo que ve que le pide al Se– ñor" (20). 16) LM, VIII, 5. 17) LM, XI, 9. 18) LM, I, 5 y 6; II, 2 y 5; III, 1, 6 y 8. 19) Leg. minor, III, 3. La alegría espiritual es el fruto de la vía purgativa. De triplici via, 9; Opera omnia, VIII, 5s. 20) Cfr. LM, I, 1 y 5; II, 2; III, 1; IV, 1. El biógrafo se cuida de añadir que to– do ese buen natural quedó bien pronto invadido, en forma desbordante, por los dones de la gracia celestial (21). Le inte– resa poner de relieve la obra de Dios en su elegido más que la parte humana del instrumento, tanto más que, para el doc– tor seráfico, la aportación del hombre Francisco suponía bien poco, fuera de esa disposición generosa. "Hombrecillo simple y sin letras" La existencia de Francisco de Asís fue para los doctos y prudentes que le cono– cieron, sin exceptuar los más adictos a él, una paradoja viviente, una demostra– ción palpable de lo que afirma san Pa– blo: "Dios ha escogido lo que es necio a los ojos del mundo, para confundir a los poderosos... Así ningún mortal tiene por qué gloriarse ante Dios (1 Cor. 1, 27- 29)." Las fuentes franciscanas están lle– nas de consideraciones sobre ese hecho. Y es también la impresión que recibían observadores extraños, como Jacobo de Vitry, quien vió a Francisco en Damieta en 1220 y le pareció "hombre simple y sin letras, amado de Dios y de los hom• bres, ebrio de fervor de espíritu" (22). Por lo demás, bien sabido es cómo el mismo Poverello se complacía en ese concepto que los demás tenían de él y se apodaba sin cesar a sí mismo "peque– ñuelo siervo de los hermanos": "hombre caduco y despreciable", "simple e idiota". l dio ta era sinónimo de ignorante. Era el primero en maravillarse y confundirse de lo que Dios estaba llevando a cabo en él y por medio de él, ya que "Dios es quien hace todo el bien" (23). San Buenaventura no se cansa de acu– mular diminutivos respetuosos cuando se refiere a la persona del fundador: "P,')– brecillo", "pobrecillo de Cristo", "hom– brecillo pobre", "sagrado pobrecillo", "hombre pobrecillo, pequeño y despre– ciable" (24). La pequeñez e insignificancia física co– rrían parejas con la talla cultural. Buena– ventura menciona los estudios realizados 21) LM, I, 1. 22) Historia orientalis, 1. II, c. 32. 23) Cfr. Regula 1, c. 17; Admon. 7. 24 Cfr. LM, Prol. 1; II, 6; III, 9 y 10; Apología pauperum III, 10, Opera omnia, VIII, 247.

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