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-62- Aquí sí que podemos decir que Buena– ventura no sólo se salta muchos hechos y expresiones del fundador, que no le trae a cuenta recordar, sino que violenta su manera de pensar. Le interesa demostrar que Francisco no hizo aprecio del trabajo manual. "No tuvo intención de prescribir ni de aconsejar ni de recomendar el tra– bajo manual". Fue una condescendencia con los hermanos que sabían y querían trabajar; lo que querían es que éstos lo hicieran de tal manera que no mataran el espíritu de oración. Le interesaba se orase bien, y que no estuvieran ociosos. Llega a afirmar, contra la verdad histó– rica, que san Francisco era opuesto a que se viviera de la retribución del tra– bajo manual: "Obervantísimo de la Regla como era, no creo que jamás hubiera ga– nado con el trabajo una docena de suel– dos o el valor equivalente". Buenaventu– ra, dando por bueno lo que ya estaba acordado en la Orden, no quiere para los hermanos no clérigos otras ocupaciones que las de "salir por la limosna, hacer la cocina, servir a los enfermos, fregar los platos y realizar todos los ejercicios de humildad, que son más dulces para los hermanos que muchos oficios de digni– dad" (140). Cuando cita las palabras de san Fran– cisco contra la ociosidad, insiste en los peligros ascéticos y pasa por alto, inten– cionadamente, la clara vohintad del fun– dador, que se halla en Celano: "Quiero que todos mis hermanos trabajen y se ejerciten en algún oficio, y que los que no saben ninguno, lo aprendan, a fin de ser menos gravosos a los hombres" (141). Este sentido social del trabajo tan paten– te en la Regla primera y en el Testamen– to, no cuenta para Buenaventura. Omite también lo que sigue en Celano: "Quería que la ganancia o remuneración del tra– bajo no quedase al arbitrio del trabaja– dor, sino que fuese entregada al guardián o a la familia religiosa" (142). Por el contrario, Buenaventura no pier– de ocasión de recomendar el estudio co– mo ocupación esencial del hermano clé– rigo. Reconoce que Francisco, sin haber 140) Epist. de tribus quaestionibus, 9, Opera omnia, VIII, 334. Cfr. Determin. quaestio– num, XI, ibid. 345. 141) 2Cel, 161. 142) LM, V, 6. aprendido de nadie, alcanzó un sentido elevado de la Escritura y de los caminos de Dios, pero "en eso es más para ser ala– bado y admirado que imitado; saber sin haber aprendido estudiando no es de to– dos, sino privilegio de pocos" (143). Sa– bía del recelo del fundador hacia la intro– ducción de los estudios en la fraternidad; pero no lo deja entrever en la Legenda. Al contrario, modifica con habilidad los datos que halla en Celano, como la expre– sión de Francisco sobre el desapropio que debe hacer el sabio que entra en la Orden (144), y su exhortación sobre el es– píritu con que los hermanos deben estu– diar las sagradas letras, exhortación que cambia poniendo en boca del santo su propia doctrina sobre el estudio de la teo– logía (145). El razonamiento a priori del doctor seráfico es muy sencillo: san Francisco quiso la predicación, luego tuvo que que– rer el estudio, y por lo tanto quiso que los hermanos tuvieran libros (146). En es– ta perspeciva no debe extrañarnos que in– terprete en un sentido literal, forzado, el texto de la Regla: Los que no saben letras, no se cuiden de aprenderlas: "La Regla no prohibe el estudio a los letrados, sino a los iletrados y legos. Quiere que, según el Apóstol, cada uno permanezca en la vocación en que ha sido llamado (1 Cor., 7, 24), es decir, que ninguno pase del laicado al clericado... De lo contrario, el mis– mo san Francisco hubiera sido trans– gresor de la Regla, ya que, teniendo pocas letras, después adelantó en las letras en la Orden, no sólo orando, sino también leyendo..." (147). La acomodación del texto de san Pablo es muy diferente de la que Francisco da en la Regla primera: "Cada uno perma– nezca en aquella profesión u oficio que tenía cuando fue llamado" (Reg. 1, 7). 143) Sermón V de s. Francisco, Opera omnia, IX, 596. 144) LM, VII, 2; cfr. 2Cel. 140 y 194. 145) LM, XI, 1; cfr. 2Cel., 102 y 195. 146) Epist. de tribus quaestionibus, 6, Opera omnia, VIII, 332. Cfr. el opúsculo de dudo– sa atribución Determinationes quaestionum, III, ibid. 339. 147) Epist. de tribus quaestionibus, 10, Le., 334.

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