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-58- tan original de la espiritualidad del Pove– rello como es su visión de las realidades creadas. Lo hace destacar siempre que halla ocasión. Más aún, añade un buen número de episodios que no se hallan en las fuentes biográficas anteriores, como el saludo del rebaño de ovejas, el de la oveja que acompañaba a los hermanos en la oración, el de las aves en las lagu– nas de Venecia, el de las alondras en eI Alvernia, el del ciervo que se detuvo a su mandato, el de las alondras en el mo– momento de la muerte del santo (115). Es que para el doctor seráfico esa "obe– diencia" de las creaturas carentes de ra– zón "forma parte del don taumatúrgico, como los milagros y la profecía" (116). Esta valoración apologética, junto con la teología de la creación que él tiene elaborada, le hace violentar el sentido natural que, en Celano, tiene esa fraterni– zación de Francisco con todo ser, que le habla del Padre común y del Cristo her– mano. No es que olvide ese sentido de hermandad, "por razón del principio co– mún que le unía a las creaturas" (117); por eso este afecto del santo lo incluye en la piedad. Pero la visión teológica de la creación inferior sometida al hombre, y el hombre sometido a Dios, se sobrepo– ne en todas las consideraciones persona– les de Buenaventura. Así el párrafo con– clusivo del capítulo de la piedad. "La piedad del santo fue de tan admirable dulzura y virtud, que do– maba los animales feroces, domesti– caba los seres salvajes, adoctrinaba a los mansos e inclinaba a obedecer– le la naturaleza de los brutos, rebel– des al hombre caído" (118). Es siempre la referencia al dominio de Adán en el paraíso. Lo dice más claro en la Legenda minar: "Por influjo de una virtud sobrena– tural sucedía que la naturaleza de los animales fuera hacia él· como im– pulsada por un piadoso movimiento, y que los seres carentes de sentido obedecieran a su beneplácito, como 115) LM, VIII, 7, 9, 10; XIV, 6; Sermón III de s. Francisco, 1, Opera omnia, IX, 583. 116) LM, XII, 12. 117) LM, VIII, 6. 118) LM, VIII, 11. si el santo, por su simplicidad y rec– titud, hubiera recobrado el estado de inocencia" (119). Esa obediencia de las creaturas a Fran– cisco era como consecuencia de su obe– diencia personal a Dios: "Fue obedientísimo a Dios, por eso las creaturas le obedecían a él: _el agua, el aire, la tierra, el cielo y las bestias de la tierra acudían a él" (120). Interesante el comentario al relato del cauterio aplicado por el médico para ali– viar la dolencia de los ojos: "Había llegado a tan grande pureza, que ya la carne concordaba, en admira– ble armonía, con el espíritu y el espíritu con Dios, y por eso la creatura, obedien– te a su creador, se sometía admirable– mente al imperio y voluntad de Francis– co" (121). Expresiones similares se hallan en mu– chas páginas de las obras teológicas de Buenaventura. Basta una cita del Solilo– quio: "Alma, vuelve ahora el radio de tu con– templación a tu poder sobre las demás creaturas, poder verdaderamente admi– rable, Tu Creador, tu Rey, tu Esposo y Amigo, ha puesto a tu servicio la máqui– na de todo el universo" (122). No deja de causar extrañeza semejante manera de concebir la actitud espiritual de san Francisco ante la creación, y cier– tamente choca con la que descubrimos en los escritos personales del santo. Fran– cisco se siente hermano menor de cada creatura, toma una actitud íntima de ser– vicio obediencial, porque para él cada ser, cada hecho, es signo de la voluntad del Dios Altísimo: 119) Leg. minar, III, 6. La misma idea de la su– misión de los seres irracionales en Sermón II de s. Francisco 2, Opera omnia, IX, 595. 120) Sermón II de s. Francisco, 2, Opera omnia, IX, 581; cfr. Sermón III, 1, 583. 121) LM, V, 9; cfr. V, 11, 12. 122) Soliloquium, I, 7, Opera omnia, VIII, 31s. Es exactamente la misma expresión aplica– da sobre los seres creados: "de modo que la máquina del mundo apareciera sometida a los sentidos purificados del santo varón"

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