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Francisco, llevando en su cuerpo las lla– gas del Salvador, es para el doctor será– fico, portaestandarte de Cristo,· "Cristo le entregó su estandarte, esto es la señal del Crucificado" (100). Ostenta las armas del Rey altísimo, es escudero de Cristo, que lleva como señal de nobleza el escudo de armas de su señor en su propia carne (101). Pero sobre todo, los estigmas son el re– frendo, sello de aprobación del mismo Cristo a la vida, a la doctrif1a y la obra de Francisco. Es un concepto sobre el que Buenaventura vuelve muchas veces, con un marcado interés apologético. Es en los sermones donde más se extiende en este aspecto apologético: "Dios ha renovado el ejemplo de pobre– za por medio de san Francisco, poniendo en él el sello de su pasión como un testi– monio en favor de él, a fin de que todos le dieran crédito" (102). Es notable el párrafo del sermón dirigi– do al capítulo general de la Orden, en Pa– rís, el 16 de mayo de 1266: "Entre todos los dones que Dios otorgó al humilde y pobrecillo san Francisco, el privilegio más extraordinario es el haber llevado durante dos años, antes de su muerte, las llagas de Jesucristo nuestro Señor en su cuerpo... Y esto es tan cier– to como puede serlo cualquier otro he– cho en el mundo... Y, aunque parezca predicar las glorias de nuestra Orden, no debemos callar un hecho con e1 cual el Espíritu Santo ha querido confirmar y recomendar tan maravillosamente la pro– fesión de la pobreza. Y así es de hecho: en el mismo tiempo que Francisco pidió al Papa la confirmación de su Orden, k fueron impresas las llagas de nuestro Se- 100) Sermón V de s. Francisco, Opera omnia, IX, 593. 101) LM, XIII, 9; Sermo de Translatione s. Francisci, 2, Opera omnia, IX, 535; Epist. de sandaliis apostolorum, 11, Opera omnia, VIII, 389. Este opúsculo no es seguro que sea de San Buenaventura. De ·esta idea del doctor seráfico, exagera– da con el tiempo, traería origen el escudo heráldico de la Orden: cinco llagas encarna– das, o las manos llagadas de Cristo Y. Fran– cisco entrecruzadas, en el campo azul. 102) Sermón de s. Antonio, Opera omnia, IX, 536. -55- ñor. No fue .una confirmación humana, sino divina. No fue solamente un hombre el que puso su bula -sello de plomo-, sino que el mismo Señor quiso poner tam– bién su bula en confirmación de .la po– breza profesada por Francisco y los su– yos, imprimiendo sus llagas en Francis– co" (103). Eran ya los años de la polémica entre los mendicantes y los maestros seglares de la Universidad de París sobre la legi– timidad de la vida a modo de los apósto– les que profesaban los nuevos religiosos. El principal portavoz del ataque era aho– ra Gerardo de Abbeville. Contra él escri– bió Buenaventura en 1270 su tratado Apo– logia pauperum, en el que, como razón decisiva en favor de la legitimidad del ideal de perfección evangélica, tal como lo entienden los Frailes Menores, esgri– me el argumento de la estigmatización del fundador: "Cristo imprimió sus llagas, en la apa– rición del serafín, en el cuerpo de .san Francisco como un sello de aprobación" (104). Y por la misma fecha pronunciaba otro sermón vibrante, en que la prueba de las llagas es desarrollada con amplitud: "Dios ha tenido a bien autenticar y con– firmar la doctrina y la Regla de este san– to, no sólo con milagros, sino sobre todo con el sello de sus estigmas, de tal mane– ra que ya nadie puede, ni entre los de dentro ni entre los de fuera, si está en la fe verdadera, decir lo contrario. Dios ha tenido a bien poner su bula en la doctri– na y en la Regla de san Francisco, ya que él no se atrevió ni a enseñar ni a escri– bir sino lo que había recibido del Señor. Puesto que, como él mismo atestiguó, to– da su Regla la recibió por revelación; y por eso, lo mismo que el Papa acostum– bra a confirmar los documentos con su bula, también Cristo, reconociendo que la doctrina de Francisco es suya, le puso 103) Sermón IV de s. Francisco, Opera omnia, IX 585 - 587. Que el sermón fue dirigido al ca– pítulo general de Pentecostés lo sabemos por Pedro Juan Olivi, que tomó parte en dicho capítulo; véase más adelante, nota 113. 104) Apologia pauperum, III, 10 Opera omnia, VIII, 247.

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