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dad de Cristo, y esto en cuanto a tres co– sas; en cuanto a la vida, en cuanto a la pasión y en cuanto a la resurrección (83). En uno de sus sermones san Buenaven– tura traza el esquema, en forma todavía aceptable, de lo que un siglo más tarde desarrollaría, de manera desorbitada, el conocido Libro de las Conformidades de Bartolomé de Pisa: es el procedimiento del paralelismo que trata de hallar corres– pondencia perfecta entre lo que hizo Cris– to en su vida y lo que hizo Dios en la vi– da de Francisco (84). Seguidor de Cristo crucificado Buenaventura no pierde oportunidad de demostrar cómo Francisco fue, ante to– do, un "insigne seguidor de Cristo Cruci– ficado" (85). Y tiene cuidado de poner una relación a esa idea central aun allí donde las fuentes de que se sirve no ha– cen alusión alguna. De una sencilla reflexión de Celano, se hace en la Legenda una primera visión de Cristo crucificado, no sin una clara rela– ción al vencimiento de Francisco cuando besó al leproso misterioso, que no fue vis– to luego; en realidad era el mismo Cristo crucificado que así premiaba la genero– sidad del recién convertido. El mismo ser– vicio a los leprosos "por amor a Cristo crucificado", lleva a Francisco a descu– brir el valor de la humildad y de la pobre– za en el misterio de la Cruz. La configu– guración con Cristo, en este primer ensa– yo, consiste en ese vencimiento con lo<; hermanos leprosos y en la mortificación corporal: "Ponía atención a la mortificación Je la carne, a fin de ir manifestando exte– riormente en el cuerpo la cruz de Cristo que ya llevaba internamente en el cora– zón" (86). Sigue inmediatamente la visión del cru– cifijo de San Damián y la decisión final, después de la ruptura con el padre Pie– tro Bernardone. Y allí, ante el obispo de Asís, desnudo, "recibe con agradecimien– to el tabardo de un labriego, traza en él 83) Sermón IV de s. Francisco, 2, Opera omnia, IX, 584. 84) Sermón III de s. Francisco, Opera omnia, IX, 583. 85) Leg. minar, III, 1. 86) LM, I, 5, 6. -53- una cruz con yeso, vestido bien signifi– cativo de quien ya estaba crucificado... Y de este modo el servidor del Rey altí– simo quedó desnudo, libre para seguir al desnudo Crucificado, a quien amaba; así, seflalado con la cruz, confiaba la suerte de su alma al leflo de salvación, por cuya virtud saldría salvo del naufragio dd mundo. En los días que siguieron a aque– lla resolución, duros y humillantes, "d amor al pobre Crucificado" le haría so– brellevar todo con alegría (87). La visión de Silvestre, origen de la vo– cación de éste, de una inmensa cruz de oro que, saliendo de la boca de Francis– co, llegaba hasta el cielo y cuyos brazos se extendían hasta los confines del mun– do, es aprovechada por Buenaventura pa– ra atraer de nuevo la atención sobre la predestinación del santo a "anunciar la gloria de la Cruz de Cristo" (88). El gru– po inicial cobijado en Rivo Torto, no te– niendo los libros para el rezo de las Ho– ras, los suplían con "el libro de la cruz de Cristo, que estudiaban día y noche mirándolo sin cesar, amaestrados con el ejemplo y las exhortaciones del Padre, que de contínuo les hablaba de la Cruz de Cristo" (89). Otra ocasión le ofrece la visión de fray Monaldo, mientras predicaba san Anto– nio, al capítulo reunido en Arlés, sobre el tema de la Cruz. La aparición de Fran– cisco, bendiciendo a los hermanos "con los brazos extendidos en forma de cruz" tenía por objeto corroborar el discurso del santo predicador, ya que Francisco era "portador y ministro de la Cruz de Cristo" (90 - 91). "Jesucristo crucificado estaba fijo en su mente, como manojo de mirra entre los pechos de la esposa (Cant. 1, 12), y todo su anhelo era quedar totalmente transformado en El por un incendio in– menso de amor" (92). El conmovedor gesto del Poverello, an– tes de su muerte, desnudo ante sus her– manos en señal de total desasimiento, es asimismo para Buenaventura una mani- 87) LM, II, 4, 7. 88) LM, III, 6. 89) LM, IV, 3. 90) LM, ÍV, 10. 91) LM, V, 1, 8. 92) LM, IX, 2. "Todas sus aspiraciones tanto públicas como privadas, se centraban en la cruz de Cristo" (LM, Ap. De miraculis, I, 1).
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