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que yo -explica-, pequeñuelo, simple y falto de cultura para hablar, veo que he recibido gracia para orar más que para predicar". Y Buenaventura pone en boca del Poverello un largo y profundo razo– namiento sobre las ventajas de la vida retirada, dedicada a la oración, y a la dis– persión propia de la acción apostólica, para terminar poniendo como valor su– premo el _ejemplo de Cristo y el precio de las almas. Con todo, Francisco no aca– ba de ver claro. Y entonces decide remi– tirse a un signo extraordinario de la vo– luntad de Dios, enviando una embajada a Fray Silvestre, que vive dado a la con– templación en el eremitorio del Subasio, y a Hermana Clara. La respuesta concor– de es que "el heraldo de Cristo debe sa– lir a predicar". Y Francisco se pone al punto en camino en nombre de Dios, con paso acelerado y a impulso del fervor. El primer público que topa es una bandada de avecillas en Bevagna. Y aquí tiene lu– gar el famoso sermón a las aves (66). El episodio fue recordado también en uno de los sermones del doctor seráfico so– bre san Francisco (67). Pero Buenaventura no perderá ocasión de insistir en que la predicación sin la oración es activismo vacío. Francisco vi– vió constantemente atento a mantener ese doble flujo del amigo de Dios: subir hasta Dios y luego descender al prójimo (68). La comunicación sabrosa y enrique– cedora con Dios en la oración se hace, en el momento oportuno, necesidad de mensaje a los hombres. "Su palabra era como fuego ardiente, que penetraba el interior del corazón y llenaba las mentes de todos de ad– miración, ya que no se preocupaba del ornato humano cuando hablaba, sino que en sus palabras se echaba de v_er la presencia de la divina co– municación... Y como primero había experimentado él de hecho lo que in– culcaba a otros de palabra, predica– ba la verdad sin miramientos, con absoluta sinceridad" (69). Era ese "predicar más con el ejemplo que con la palabra", tan genuinamente franciscano, que da la seguridad para 66) LM, XII, l. 67) Sermón II de s. Francisco, Opera omnia, IX, 580. 68) LM, IX, 4; XIII, l. 69) LM, XII, 7, 8. -51- "enseñar la verdad sencilla", y es expre– sión de la "pureza de -un espíritu senci– llo" (70). Si Francisco se presentaba siempre como mensajero de paz, llevando en sus labios de contínuo el saludo de paz -ob– serva Buenaventura-, era porque había logrado, en el proceso de su purgación pasiva, el fruto de la paz y porque tenía la experiencia de la "paz extática" (71). El otro elemento del celo abrasado da Francisco, efecto del amor a Cristo cru– cificado, es el anhelo del martirio. El doc– tor seráfico es un especialista de la teo– logía del martirio como expresión de1 máximo amor, "la cosa más meritoria en– tre todas las que puede realizar el hom– bre, la obra mayor de caridad" (72). El capítulo IX de la Legenda lleva por títu– lo: El fervor de la caridad y el deseo del martirio. Y los viajes misioneros de Fran– cisco son vistos exclusivamente a la luz de ese "anhelo de martirio". "Encendido en la caridad perfecta, anhelaba ofrecerse al Señor como hostia viva en la hoguera del martirio, para así corresponder a Cristo muerto por noso– tros y estimular a los demás al amor di– vino" (72 bis). Francisco no consiguió la palma del martirio en tierras de infieles, porque el Señor le reservaba -discurre Buenaven– tura- otra forma de martirio: "no el martirio corporal, sino el martirio inte– rior del alma, que le llevó a la transfor– mación completa en Cristo crucificado" por la estigmatización (73). 4. EL TAUMATURGO Dios acreditó la predicación de Fran– cisco "con signos y milagros" (74). Bue– naventura, sin desconocer la parte im– portante que tenía en el éxito de esa pre- 70) LM, Prol. 1; III, 3, 9. 71) ltinerarium, Prol. 1, Opera omnia, V, 295. 72) Sermones de tempore. Post Pentecosten II, Opera omnia, IX, 420. 72 bis) LM, IX, 5; cfr. IX, 6, 7; Leg. minar, III, 9; V, 7; VI, 2; Sermón II de s. Francisco, Opera omnia, IX, 579; Sermón III, ibid. 583; Sermón IV, ibid. 584 y 589. 73) LM, IX, 9; XIII, 2, 3. 74) Sermón V de s. Francisco, Opera omnia, IX, 592.
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