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-50- ya llevaba interiormente en el cora– zón" (57). Así logró establecer "una armo– nía tan grande entre la carne y el Espíri– tu, una prontitud tal de obediencia en la naturaleza que, en su anhelo de lograr la perfección, ella no sólo no ofrecía resis– tencia, sino que llevaba la delantera" (58). Esta superior armonía se manifestó so– bre todo, en las dolencias tan molestas que tuvo que soportar en la última etapa de su vida -"hermanas" las llamaba el Poverello-, y Buenaventura pone en la– bios del santo una oración para tiempo de enfermedad, que él solo nos ha trans– mitido: "Te doy gracias, Señor Dios, por to– dos estos dolores míos y te ruego, Señor, que añadas cien veces más, si así te agrada; porque nada puede haber para mí más aceptable que el saber que no me ahorras penas, ya que mi consuelo más completo es cumplir tu santa voluntad" (59). Terminemos con el retrato espiritual que hace del santo fundador al comien– zo del capítulo final de la Legenda, que habla de la canonización: "Así pues, Francisco, siervo y amigo del Altísimo, fundador y guía de la Orden de los hermanos menores, paladín de la pobreza, modelo de penitencia, heraldo de la verdad, es– pejo de santidad, y ejemplar acabado de perfección evangélica, prevenido con la gracia de Dios, llegó, en una ascensión contínua, desde el grado ín– fimo hasta las más altas cumbres. El Señor había dado una gloria maravi– llosa durante la vida a este hombre admirable, inmensamente rico en su pobreza, tanto más alto cuanto más mortificado, tanto más prudente cuan– to mayor era su simplicidad, extraor– dinario en la rectitud de su vida. Pero después de la muerte le concedió una gloria incomparablemente mayor" (60). 57) LM, I, 6. 58) LM, XIV, 1. 59) LM, XIV, 2. 60) LM, XV, l. ~ EL HERALDO DE CRISTO Repetidor de la predicación de Cristo, llama Buenaventura a san Francisco (61). Esta feliz expresión nos trae hoy a la mente la imagen exacta del "poste repe– tidor". Como toda su existencia, la pre– dicación del Poverello fue una pura re– sonancia de la predicación de Jesús. Era el amor de Cristo crucificado la fuente de su celo incontenible: no podía sufrir se perdieran las almas "redimidas con la preciosa sangre de Cristo" (62); "con Cristo crucificado tenía sed de la multi– tud de los necesitados da salvación" (63); abrasado en el celo de la caridad de Dios y del prójimo, anhelaba ganar para Dios y salvar el mayor número posible de las almas por las cuales Cristo quiso ser crucificado y morir" (64). En la finalidad de Buenaventura, no debe causar extrañeza el que quiera d.!– jar bien afirmada la vocación apostólica del fundador. Por eso, como una respues– ta a los que miraban con recelo la acti– vidad externa de los hermanos, se detie– ne a referir la lucha que hubo de expe– rimentar Francisco entre su inclinación al retiro pacífico de la vida contemplati– va y su impulso a llevar al mundo el men– saje de penitencia y de amor. La primera vacilación la tuvo el grupo al regresar de Roma, después de la aprobación de la Regla: "¿ debían vivir en medio de los hombres o retirarse a lugares solitarios?" Francisco, puesto en oración, recibió la respuesta divina: no debían vivir para sí solos (65). Pero más importante es el relato con que se abre el capítulo de la Legenda maior que habla de la predicación de san Francisco. Es un importante dato re– cogido sólo por Buenaventura y más tar– de inserto en las Florecillas. El santo es– tá muchos días bajo el peso de una gra– ve zozobra, y pide consejo a sus compa– ñeros para saber qué es lo que debe ha– cer, si darse a la oración en el retiro o recorrer el mundo predicando: "puesto 61) Itinerarium, Prol. 1, Opera omnia, V, 295. 62) LM, VIII, 1. 63) LM, XIV, 1. 64) Determin. quaestionum, I, Opera omnia, VIII, 338. Opúsculo de dudosa pertenencia a san Buenaventura. 65) LM, IV, 2.

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