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ARTICULOS Así aquel " poderoso gentilhombre" (Flor 37) que hospedó a Francisco y su compañero "con grandísima cortesía y devoción", le inspira inme– diatamente esta reflexión: "En verdad que este caballero sería bueno para nuestra compañía". Y así también el joven Guido de Cortona. Es lo que, en su particular estilo expresionista, ha querido significar nuestro hermano escultor Antonio de Oteiza con el relieve que ilustra esta nota, y que integra una serie que está realizando en el centro Cefepal de Santiago, desviviéndose por dar cauce a su pasión expresiva en un incan– sable esfuerzo creativo . El joven Guido recibe también con grandísima cortesía a Francisco y su compañero, introducién– dolos en la intimidad de su propia casa y de su propia vida; y ellos le responden ayudándole a liberarse de su instalación, e invitándole a reco– rrer el largo cam ino de la libertad de los hijos de Dios . Efectivamente, esa misma noche, después de la cena, "Guido rogó a Francisco que lo recibiera como hermano, y él aceptó" . .. "Siendo Guido único heredero de los bienes paternos, autorizado por san Francisco, salió a recorrer la ciudad en su compañía y la del otro hermano, y distribuye– ron todos sus bienes a los pobres por amor de Dios " . " El santo varón -leemos ahora en Wadingo– acompañó por algunos días al nuevo novicio fray Guido; y con el propósito de instruirlo en la con– templación divina y el amor a la soledad, le pre– guntó si no habría fuera de la ciudad un lugar solitario, en el cual 3e pudiera construir fáci.1- mente un albergue para los hermanos. El novicio lo encaminó a un profundo valle no lejano de la ciudad (sub arce civltatis), solitario y silencioso, junto al lugar llamado Celle; el cual agradó so– bremanera al santo varón . Allí construyó un hu– mil-de conventito, con la generosa ayuda de los vecinos de Cortona" (L. Wadingo: Annales Mino– rum, t. 1 (1208-1220), 108/ 109, IX). Y allí recibiría ese mismo año (1211) a otros hermanos, entre ellos fray Elías Buonvarone de Cortona, quien, si no está probado que fuera cor– tonés, no hay duda de que estuvo muy ligado al eremitorio de Le Celle y a Cortona, donde pasó fos últimos años de su vida, y donde murió. AIH dejó también un monumento de su genio, la se– gunda iglesia dedicada a san Francisco, que llevó a fel~ término ya casi octogenario. Sus restos descansan en el coro de la misma iglesia. Dos meses permaneció san Francisco en Le Celle con fray Guido y los nuevos hermanos que se les habían agregado en número "discreto", •di– ce la "leyenda vulgar", sufriendo todos paciente- 114 mente los rigores del invierno, y tanto que san Francisco enfermó de fiebres cuartanas; fo que no le impidió abandonar el eremitorio para pasar solo la cuaresma en la !sola Maggiore, del cer– cano lago Trasimeno. Luego volvió de nuevo a Le Celle para celebrar la Pascua con sus hermanos. Tres años después, en 1215, pasaría nuevamen– te por Le Celle, camino de La Verna. Y once años más tarde fue trasladado a Le Celle desde Sie– na, enfermo y achacoso, con la esperanza de que encontrara algún alivio en aquel lugar que había amado tanto, cosa que no sucedió, por lo que fue llevado a Asís pocos meses antes de su muerte. En Siena había compuesto esa pequeña joya espiritual y •literaria que es el llamado "Tes– tamento de Siena"; y es muy probable que en Le Celle hubiera dictado su Testamento mayor. Anteriormente a la llegada de Francisco y Gui– do a Le Celle, existía allí un predio con algunas construcciones, entre ellas una capillita dedicada a san Miguel Arcángel en ·lo alto de una colina, tal vez propiedad de los monjes camaldulenses o de la Comuna de Cortona. El hecho es que el "lugar" fue cedido a Francisco y sus hermanos; y en él permanecerían los hermanos menores hasta comienzos del siglo XIV, en que aparece radicada en el eremitorio una comunidad de "Fra– ticelli", aquellos bizarros y contumaces herede– ros del espíritu de intransigencia de los "espi– rituales" y de la vocación eremítica de la primi– tiva comunidad franciscana. Estos " Frati delle Celle", transmutados ya en una especi.e de fraternidad seglar franciscana, que alcanzó gran predicamento en Cortona en el siglo XIII, especialmente por influjo de aquella gran mujer que fue santa Margarita, se vieron envueltos en la sospecha de heterodoxia, y final– mente en la excomunión (1318) que alcanzó a to– dos los "fraticelli", si bien los eremitas de Le Celle pudieron continuar viviendo allí, primero, y en Cortona, luego, gracias a no haberse sumado, al parecer, a -la rebeldía de aquéllos. Quienes, finalmente, heredarían Le Celle, a po– co de su aprobación, serían los "hermanos de la vida eremítica", ·es decir, los capuchinos. El re– galismo, la ·revolución francesa y el liberalismo también alcanzaron a los inofensivos eremitas capuchinos, que debieron alejarse de allí a prin– cipios del siglo XVIII, para no volver hasta casi setenta años después. Desde la "imperial" ciudad de Cortona, enci– mada en su verde collado, Franci·sco y su com– pañero, fray Silvestre, según Wadingo, salieron en compañía del joven Guido por la "Porta Colo– nia" , y siguiendo el antiguo camino, cruzaron el río Loreto junto al actual puente de Molinvechio.

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