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Pero no es nuestro propósito abordar este te– ma de la tradición eremítica franciscana (docto– res tiene la Orden que lo sabrán hacer, y ya lo están haciendo, como corresponde, como nuestro colaborador Manuel Castellar en el n. 43 de CUA– DERNOS, pp. 1,31 -143). sino evocar uno de esos "·lugares apartados": "Le Celle" de Cortona; uno más, por otro lado, entre los muchos "amenos" y "secretos" lugares de "soledad" y "quietud", co– mo los califican las fuentes, los más reco-letos, íntimos y sugestivos de los luoghi francescani; y menos visitados, por cierto (como el mismo Le Celle, Montecasale o lo Speco de Narni), por los turistas, incluso franciscanos. Llegamos a Cortona una tarde de junio, desleí– da y lluviosa. La pequeña plaza de la ciudad es– taba vacía, como adormilada bajo la llovizna. De pronto, un desgarrón de las nubes dejó entrever el cielo, de un azul lechoso ; el sol iluminó la pla– za, hasta entonces oscura y opaca, despojándola de su misterio. Como impulsadas por un resorte, innumerables golondrinas inundaron la ciudad, chirriando alegremente. Nos quedamos ,contem– plando cómo se abatían en ráfagas incesantes sobre la plaza, mientras esperábamos paciente– mente que apareciera el chofer del úni•co taxi estacionado en la misma, y que nos habría de lle- [,,, , :'ft;1. f ·" ¡' •· ... . ' ARTICULOS var hasta el convento de los capuchinos, ·el ere– mitorio de Le Celle, a escasos tres kilómetros de la ciudad. También san Francisco llegó un día, por prime– ra vez, a esta misma plaza, a principios de 1211 . Todavía tardarían en llegar las golondrinas a Cor– tona, envuelta en las brumas invernales dentro de sus murallas ci-clópeas, mechadas de restos ·etrus– cos, tal como se pueden ver todavía hoy. Cuenta la Leyenda vulgar del beata Guido de Cortona ,(ss. XIII-XIV) que "llegando san Francis– co a Cortona, predicó en presencia de todo el pueblo" . . . Entre sus oyentes, estaba el joven Guido de Porta Colonia, quien, "acabada la pre– dicación, se postró ante san Francisco, y le pidió que tuviera a bien albergarse en su casa, Junto con su compañero". Cosa que san Francisco aceptó gustoso, mientras decía a su compañero: "Por la gracia de Dios, este joven será uno de los nuestros". · La cortesía , "que es hermana de la caridad" y "uno de los atributos de Dios", que "por cortesía hace salir el sol sobre justos y pecadores", es para Francisco como la piedra de toque para des– cubrir vocaciones para su incipiente Fraterni<lad . 11 3

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