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Evocación de "Le Celle" Fr. Camilo E. Luquin, ofm cap. La "tentación de la vida eremítica" (L. lriarte: Manual de historia franciscana, p. 162) estuvo siempre presente en todos los movimientos de reforma franciscanos, a lo largo de los siglos. La espiritualidad de! desierto, presente en to– das las religiones, lo está, sobre todo, en la tra– dición religiosa judeo-cristiana, y se manifiesta históricamente de muy diversas maneras, algunas de ellas bastante exóticas. Esta conciencia cristiana de extrañeidad al mundo se manifiest a también agudamente en la primitiva comunidad franciscana, tanto que san Francisco creyó necesario protegerla con una "Regla para los eremitorios"; la primera "regla" escrita por él , dándole así una especie de estatu– to legal. También la última de las grandes refor– mas franciscanas, la de los "Hermanos de la vida eremítica" (capuchinos), nació con ese signo. No es de extrañar, pues, que ahora algunos hermanos estén en búsqueda de esa dimensión perdida del carisma franciscano. Y no deja de ser también significativo que este tema recurra cada vez con mayor frecuencia en las revistas espe– cializadas franciscanas . Ciertamente, ya no se trata de una "tentación" (lo fue, efectivamente para san Francisco y al– gunos de sus hijos con vocación de reformado– res: reducir el carisma franciscano a su vertien– te contemplativa y cenobítica), sino de una nece– sidad y una urgencia vitales de tomar periódica– mente distancia y extrañarse de un mundo cada vez más ajeno y ajenador, y aun de unas estruc– turas, las de la propia institución franciscana, de las que tampoco están ausentes ciertas extraña– ciones. Puede ser, y lo es, que esta búsqueda de un ocio privilegiado , el " otium sanctum" de Celano, sea calificada por algunos como " fuga" de la rea– lidad (las hay infinit as, y no todas santas) ; pero 112 El autor visitó el año pasado, en compañía de fray Ignacio Larrañaga, a:mbos miembros de Cefepal, los lugares franciscanos de Italia, y especialmente los eremitorios. "Le Celle", a pocos kilómetros de Cor– tona, en la provincia de Toscana, es uno de los más significativos. ios más conspicuos guías del espíritu la han aconsejado siempre cuando las tentaciones son muy grandes. La vida eremítica se presentó a san Francisco, inmediatamente después de su conversión, pro– bablemente como ,la única alternativa válida y via– ble para él y sus seguidores inmediatos de su propósito de cumplir el Evangelio, no porque no entendieran que existían otras, sino por ·el fuerte testimonio de vida pobre y austera de los nume– rosos eremitas que pululaban por las montañas de su Umbría natal, o tal vez porque se conside– raba a sí mismo demasiado simple e "idiota" co– mo para convertirse en un predicador, y menos en un teólogo. De ahí su perplejidad (LM 12, 1 / Flor 16), a la hora de decidir su propio estilo de vida al ser– vicio del Evangelio: "Ciertamente, yo, pequeñue– lo, simple e inexperto en el hablar, he recibido una mayor gracia para la oración que para la palabra" ... "y no era capaz en absoluto de re– solver por sí mismo esta cuestión". De todos modos, y una vez superada aquella "tentación", su inclinación o "costumbre de rehuir siempre que le era posible el trato y conversación con -los hombres" (Gel 168), tan marcada por todas las fuentes, le llevaría a "buscar siempre lugares so– litarios" (Cel 94), privilegiando de alguna manera para su propio proyecto de vida y el de sus se– guidores la actividad contemplativa en lugares soliarios, alejados de las ciudades. Si san Francisco nunca superó del todo la "ten• tación" de la vida eremítica, sus hijos, en cam– bio, la hemos superado muy bien, al menos desde los tiempos de la reforma capuchina hasta el día de hoy; y tanto, que esa tentación ha dejado de serlo desde entonces, a pesar de que se trata de un elemento esencial del carisma franciscano, y como el centro y el corazón del mismo, según san Buenaventura .

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