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-15- tradicional parecía quererse hacer depender la buena formación de los novicios de la cantidad de cosas aprendidas: un esfuerzo de memoria -una verdadera prueba para quien era ya avanzado en años-- y un co– pioso programa de doctrina .ascética recibida en la práctica cotidiana y a través de lecturas, técnica de la meditación y del examen de conscien– cia, de la presencia de Dios, de la lucha contra la "pasión dominante". El novicio, con toda docilidad, se empeñaba en esta obra fiái1:dose plena– mente en aquel que respondía por él en su búsqueda de una adecuada preparación a la vida que había abrazado. Pero estos métodos quizás ha– yan sido valederos en otro contexto social y en otra conc2pción de los valores de la persona. Hoy día lo que se adquiere sólo con la mente no llega a ser norma de vida. El joven no se forma con :Una aditud mera– mente pasiva, de recepción de formas. Es él mismo quien debe formar– se, con la colaboración eficaz del guía. El maestro, por tanto, deberá resignarse a sacrificar en aras de la eficacia la cantidad y aún la calidad de aquello ¡que desea dar a sus no– vicios. Aceptará, pues, de buenas ganas un programa de instrucción me– nos completo, nociones menos precisas, deberes no bien dasíficados, un adiestramiento ascético menos estricto. Dará importancia primaria a la meditación y a la reflexión personal', a la búsqueda personal y de grupo de los temas, al trabajo en equipo, al diálogo abierto tanto público como privado. Que los novicios se habitúen a formarse un criterio personal sobre cada cosa, a exponer ante sus compañeros las propias ideas y las convicciones propias acerca del trabajo, las propias aspiraciones espiri– tuales y apostólicas, el juicio propio de valores acerca de la vjda real del Instituto ... y a confrontar todo esto con las convicciones de los demás. El maestro hallará en este método no solamente el medio para formar una actitud personal y consciente en los novicios antes de ]a consagra– ción religiosa, sino también una insustituible fuente de información, muy útil para la selección, y una ayuda orientadora para precisar con– ceptos inexactos y dirigir a cada novicio en el diálogo privado. El ideal sería a_ue todas las ideas, buenas o malas, emergieran a la superficie, con expresiones auténticamente personales, sin que el novicio tenga te– mor a verse tratado de herético, presuntuoso o ignorante. El peligro de las ideas extravagantes no está en el hecho de que se manifiesten, sino en el querer esconderlas, o porque todavía no están claras en la mente del novicio -más tarde serán opiniones o, en el peor de los casos. reac– ciones impulsivas- o porque no se osa manifestarlas. Entre los derechos reclamados por la juventud contemporánea y que deben ser respetados, está aquel de "equivocarse". e) Asimilar más que ejecutar La vocación religiosa, como todo el cristianismo, no es solamente una actitud mental, sino una vida que encarna un ideal. Como vida, ella se recibe en una forma --"forma de vida" llamó S. Francisco a su ori– mera regla-, vale decir, un programa voluntariamente aceptado c~mo norma de nuestra conducta. En un instituto religioso este programa de vida no constituye solamente los rieles que encaminan las actividades in– dividuales, sino principalmente el conjunto de los compromisos comu-

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