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-21- personal después de los 18 años, edad en la que muchos jóvenes evolucio– nan, sobre todo si coincide con el p.1saje a un nuevo ambiente pedagógico. La capacidad de valorizar, que el joven descubre en sí mismo durante este· tiempo, acompañada de una actitud más activa, más profesional, por así decirlo, frente a las enseñanzas redbidas, Jas lecturas, los problemas hu– manos, ofrece al maestro cte novicios datos preciosos para cre/::ir en el no– viciado un ambiente en el cual ''fa fusión armoniosa de varios elemen– tos" contribuye a "la unidad de vida de los religiosos mismos" (PC. 13). El joven podrá adquirir tales elementos sólo cuando la ~ducación e ins– trucción anteriores hayan alcanzado el nivel de información y la capaci– dad de valorización, al cual no se llega suficientemente con la formación media (seminario menor, liceo); y es necesario entonces aspirar a dispo– ner de novicios que hayan frecuentado cursos superiores y, tal vez, la fi– losofía en un seminario o casa de formación religiosa, si aspiran al sacer– docio, o que posean una formación profesional (excelénte fuente de datos de valorización) si no aspiran a él. d) La afectividad, tan importante en el tejido de la vlda psíquica. y en las relaciones humanas, merece una especial atención. Los psicológes están de acuerdo en que solamente después de los 18 años se manifiesta la afectividad propiamente tal, vale decir la conciencia de lo que el amor re– presenta en la propia vida; particularmente cuando el adolescente descubre a la mujer como término del amor mismo, aunque sea puramente de una forma idílica. A aquéllos que para garantizar la castidad, quisieran a,-.– ticipar el noviciado al periodo precedente a esta experiencia, el decreto ''Perfectae Caritatis'' ha dado la respuesta exacta: el compromiso de 1la. castidad religiosa exige "una conveniente madurez psicológica y afac– tiva'' (n 9 12). En el noviciado se produce con frecuencia lo qi;¡e los sociólogos lla– man crisis de identidad (11), causada por la violencia q1,1e sufre el j~– ven, ya en posesión de una cierta identidacl personal, pero empujado. a una nueva interrogación impuest;,l, por el nuevo grupo y por un nuev~ orden de vida. Si esta nueva interrogación no consigue una conveniente solución, puede sobrevenir una disociación psíquica cargada de conse– cuencias decisivas para el futuro. El P. Zavalloni piensa que, para pre– venir tal crisis es preferible introducir al muchacho en la nueva vida an– tes que se encuentre "fuertemente orientado en determinado sentido" (12). Los estados de tensión provocados por la crisis de identidad, ·de– muestran solamente que la integración no debe ser dirigida a violentar la individualidad, sino a centrarla debidamente. Por otra parte, como re– sulta de la encuesta conducida por el P. De Bont, esta crisis no sólo nf) daña al joven, sino que estimula en él un fecundo esfµi=rzo de síntesis, de resultados vocacionales muy preciosos. Si, como es indiscutible, el noviciado d1~be caracterizarse por un impulso de conversión, tal crisis es inevitable y aún deseable; sin ellu. será difícil que el joven llegue uu .día a ubicarse conscientemente dentro de la vi.¡:la que ha abrazado y po– dría quedar excluida una parte de su yo, la más impprtante en la iden- (11) W. De Bont, "La crise d'identité du novice", en Suppl. Vie 'Spiritu,elle 14 (1H61) 295,.325,- "Le noviciat en trcis étap.es ", ibicl. 17 (1964) 1'3.3-182,•- "Les c.omposuntes du noviciat", ibid. }9 (19.913) 4,~0-480. (12) "Psicopeqagogia deUe vo,cazioni", Brescia 1967, 279-281.

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