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dades, estaremos fomentando un clima de ruptura. La desconfianza puede tener una base existencial traumática: una persona es des– confiada porque le han armado muchas "jugarretas" en la vida, porque se ha sentido decepcionada por alguien, porque ha experi– mentado la amargura de la traición. Pero aun en estos casos necesitamos un esfuerzo de superación. La desconfianza es en sí negati– va. Es una "guerra fría" entre personas. El cristiano debe ser siempre un hombre de fe: en Dios y en las personas. Es preferible pecar por confiado que por desconfiado. La des– confianza se fortalece en la falta de amor. Genera el individualismo, la lacra liberal de nuestros días, y lleva al egoísmo de creer únicamente en uno mismo. El orgullo Nos recuerda san Francisco que "hay muchos que permanecen constantes en la oración y en los divinos oficios y hacen muchas abstinencias y mortificaciones cor– porales, pero por una palabra que parece injuriosa para sus cuerpos o por cualquier cosa que se les quite, se escandalizan y enseguida se alteran" (Adm 14, 1-4). El tan traído y llevado orgullo es la causa de mu– chos conflictos. El orgullo, la honra, el honor son pala– bras que deberían desaparecer en el lenguaje de la minoridad franciscana que opta por lo humilde, lo sencillo, el pasar desapercibido por la vida. Medios para crear la paz Es una obligación de todo cristiano el esforzarse por tener en sí la paz, el esforzarse por ser transmisor de la paz y el consagrar su vida a la construcción de la paz en cualquier ambiente donde se mueva. La paz nace de una vida sin división y se fortalece en la fe. Ahora bien, la paz requiere unos medios para llegar a su plenitud. Estos 116 medios son en cierto modo la parte del traba– jo que corresponde a la persona humana en el don gratuito de la paz, que como toda virtud, exige nuestro "granito de arena", nuestra colaboración. Los medios necesarios para una convivencia pacífica son los siguientes: La delicadeza Puede parecer, a primera vista, superfi– cial el hablar de la delicadeza como un me– dio de la paz. Pero la persona humana nece– sita delicadeza para su pleno desarrollo. La delicadeza materna femenina suele poner esta bendición en los primeros momentos de la vida del niño. Tratar con delicadeza a una persona es expresarle la caridad más divina que existe. La delicadeza no es únicamente, como despectivamente se oye decir, "cosa de mujeres". La delicadeza es el alma del diálogo, la clave de una feliz vida en común, el medio privilegiado del desarrollo personal y la más íntima satisfacción. Delicadeza es captar im– presiones, reflejar sentimientos, respetar a la persona. La delicadeza de sentimientos es la perfección de la caridad. La delicadeza es capaz de averiguar lo que cada persona quie– re de mí en este preciso momento, hace que me acerque al prójimo con el entendimiento antes que con la acción. Ser delicado en el trato es reconocer que mi hermano está vivo. Que cambia, que palpita, que se mueve. Que tengo que adaptarme a él en cada momento, porque en cada momento es distinto. Y al adaptarme yo mismo cambio, crezco, des– pierto. La Virgen María es ejemplo de delicade– za. En las bodas de Caná dice lo siguiente: "No tienen vino" (Jn 2, 3). Intuición femeni– na. Sensibilidad de mujer. Avisa discreta– mente a Jesús de la carencia. Lo hace sin prisas, sin sustos. Ni siquiera un ruego. Sólo lo menciona. Es delicada con sus amigos, que no tienen vino, y con su Hijo, que puede remediar la situación. La delicadeza es privilegio y gozo de la

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