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El odio El odio es aversión muy fuerte al otro. Nace de algún encuentro violento entre per– sonas, de oposiciones ideológicas, de traicio– nes, de frustraciones propias que se reflejan en envidias hacia el vecino, de ansias de venganza. El odio es el ambiente que suele respirarse en una situación de violencia. Es el clima que se vive donde no hay paz. Las injusticias y las desigualdades cons– tituyen un campo abonado para el floreci– miento del odio. El odio genera las segrega– ciones sociales, políticas, religiosas, raciales. Es la causa de muchas violencias psíquicas y físicas. El odio es por esencia anticristiano. La, murmuración Es la causa de muchos disturbios contra la paz, sobre todo, en ambientes familiares, de vecindario y de aquellos lugares donde se da una cierta cercanía física. Murmurar y criticar es una forma sutil de atentar contra el quinto mandamiento. El murmurador destru– ye para afianzar su débil personalidad. La persona que no murmura es más bella a los ojos de Dios y de los demás. Hermanas de la murmuración son: el juicio temerario, la maledicencia y la calumnia. Los discípulos de Cristo, nos recuerda la primera carta de san Pedro, deben "Rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envi– dias y toda clase de maledicencias" (lP 2, 1). El texto bíblico más citado por san Fran– cisco es éste: "Todo cuanto queráis que los demás os hagan a vosotros, hacédselo voso– tros a ellos" (Mt 7, 12). En la primera Regla, san Francisco dice: "Ningún fraile haga o diga mal a otro, mas en caridad de espíritu, de buena voluntad, sirvan y obedezcan unos a otros" (1 R 5, 16-17). Más adelante afirma– rá que "a nadie injurien, ni murmuren, ni digan mal de los otros, porque escrito está: 'a los murmuradores y maledicentes abo– rrece Dios' (Rom 1, 29-30)" (IR 11, 6). En la segunda Regla volverá a recordar una lista de pecados que atentan contra nuestra vida fraterna: "guárdense los frailes de toda so– berbia, vanagloria, avaricia, cuidado y solici– tud de este mundo, detracción y murmura– ción" (2R 10, 7). Tomás de Celano dice que "Francisco excecraba a los murmuradores y afirmaba que tenían veneno en su lengua. Huía de ellos y se tapaba los oídos ante sus conversa– ciones. El religioso que despoja a su herma– no de la gloria, merece ser despojado del hábito. El murmurador es hiel de los hom– bres, fermento de maldad, descrédito del mundo, escándalo de la Orden, veneno del claustro, la discordia de la paz. Amenazan a la religión grandes males, si no se ataja a los murmuradores. Pronto la suavísima fra– gancia de los muchos se trocará en fetidez, si no se cierran las bocas de los perversos. Que este pestífero mal no se difunda" (1 Cel 182, LM 84). San Francisco quiso ser, como hemos visto, un pacificador y deseaba también que los hermanos siguieran en la tarea, por eso recomendaba: "Todos los frailes guárdense de calumniar a nadie, ni de promover con– tiendas, mas trabajen por tener silencio, con la gracia de Dios" (IR 11, 1). No es extraño que diga: "Dichoso el siervo que tanto ama y respeta a su hermano cuando está lejos de él como cuando está con él y no dice detrás de él nada que no puede decir con caridad de– lante de él" (Adm 25). Murmurar es algo que puede desaparecer de nuestras vidas mediante una opción. Si uno de lo propone, este defecto, que sobrevi– ve por la costumbre, puede ser erradicado. Es cuestión de darnos cuenta, de "despertar" ante esa realidad defectuosa. La, desconfianza La desconfianza sobreviene por no fiarse de alguien. Mientras confiemos en una per– sona, la haremos crecer; pero si dejamos de creer en ella, si no le damos más oportuni- 115
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