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jar siempre. No es una realidad hecha. Se va haciendo y restaurando. Los débiles tienen que tener apoyo en los fuertes. Decía san Agustín que la vida en comunidad "maxima mortificatio est". Quería decir, no que fuera lo peor, sino que si uno quiere hacer mortificaciones, trabaje por el bien de la fraternidad, por construir la paz en ella, así haría una morti– ficación provechosa. Sería la máxima y me– jor mortificación. Atentados contra la paz Vamos a pasar ahora a ver aquellos ele– mentos que distorsionan la convivencia y que atentan contra la paz. El orden en el que los coloco no viene impuesto por el grado noci– vo que tienen. En unos casos la paz podrá ser perturbada por uno de los elementos distor– sionadores o por otro. En todo caso estos pecados deben ser destruidos por la persona que se empeñe en ser pacificadora pues son, de una u otra forma, causa de violencia. La envidia Es uno de los principales enemigos de la paz. La envidia atenta de forma solapada. Es una tentación escondida; silenciosa pero efec– tiva en sus consecuencias negativas. La envi– dia consiste en desear lo bueno que vemos en los demás. Este deseo de lo ajeno puede llevar al odio de otra persona por el simple hecho de ser agraciada en su belleza, en su simpatía, en su riqueza, en su poder, en su juventud, en su bondad, en su suerte. Lo mismo que hablo de envidias entre personas puede darse la env.idia entre colectivos, entre pueblos y entre naciones. Las consecuencias pueden ir desde un recelo y daño a quien la padece hasta una guerra. El estado de ánimo de la persona que sufre la envidia es de tristeza o malhumor. Es una espina para el que la padece y puede llevar a la maledicencia, a la calumnia, al odio, a la guerra. Una forma sutil del pecado de envidia es la de entristecerse por el bien "que el Señor 114 dice o hace" en los hermanos. San Francisco afirma en sus Admoniciones: "Todo el que envidia a su hermano por el bien que el Señor dice o hace en él, incurre en un pecado de blasfemia, porque envidia al Altísimo mismo, que es quien dice y hace todo bien" (Adm. 8). Comentando la citada admonición, K. Esser propone como solución esto: "Tene– mos que ver el bien y verlo de buena gana y glorificar por él "al Padre que está en los cielos" (Mt 5, 6). ¡Demos gracias a Dios por nuestros hermanos y hermanas; démosle gra– cias por el bien que El dice y hace por su medio en la construcción de su Reino! Con ello venceremos cualquier indicio o· vestigio de la citada 'blasfemia"'.< 4 J La división Gandhi repetía continuamente en sus dis– cursos que "la no violencia es la fuerza más grande de la humanidad". Y tenía razón. Cuando en un país, por poner un ejemplo, hay paz ... todo va cada vez mejor a pesar de otras contrariedades que pudieran sucederse de forma puntual. Si hay buen ambiente en la sociedad, es fácil el crecimiento económico, político y de infraestructuras. Por el contrario, la guerra y la división, debilitan a cualquier colectividad humana. Imaginémonos los educadores de un colegio divididos, o unos grupos enfrentados dentro de una fraternidad, o un matrimonio que no se entiende dentro de una familia. Esas divi– siones son motivo de sufrimiento. Son la causa de que las iniciativas más fecundas aborten. La división trae como consecuencia la manipulación de los jóvenes y de los más indefensos. Es, sin duda, causa de escándalo para muchos. Todo grupo de personas dividido durante mucho tiempo va a la ruina. Sus "casas" se desmoronan la una sobre la otra (Le 11, 17). La desunión enturbia y puede llegar a apagar la fe de los que sufren ese ambiente. Dividir– se es renunciar a crecer. Una fuerza dividida en dos tiene la mitad de efectos.
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